Un hombre de posición acomodada, con una familia razonablemente feliz y un buen trabajo, sale de la oficina para ir a almorzar. En su camino al restaurante pasa junto a un edificio en obras. De lo alto cae un andamio y se estrella en la acera, a solo unos metros de él, arrancando un pedazo de cemento que sale despedido y le roza la mejilla. Es una simple raspadura, apenas duele, pero esa pequeña herida es una ventana que deja ver una verdad que hasta ese momento permanecía oculta. Es "como si alguien hubiera levantado la tapa de la vida para mostrarle su mecanismo". Lo que parecía firme se tambalea. El orden, la sensatez y la estabilidad que han presidido su existencia hasta ese momento eran parte de una trampa que lo ha alejado de la vida y que ahora queda al descubierto. Si la rutina es la enfermedad que lo aqueja, la solución es huir de ella. Sin decir nada a nadie, abandona su trabajo, a su mujer y a sus hijos y se marcha de la ciudad.

Tras unos años de vagabundeo, se establece en otro lugar. Sin darse cuenta, poco a poco construye una vida muy similar a la que quería dejar atrás: una nueva mujer, otro trabajo bien remunerado, un hijo, las mismas partidas de golf a las cuatro de la tarde... El andamio cayó frente a él para descubrirle la necesidad de cambiar; una vez realizado el cambio, los andamios dejan de caer y la costumbre vuelve a instalarse en su existencia.

La historia la cuenta el detective Sam Spade en un extraño pasaje, totalmente desconectado del resto de la historia, de "El halcón maltés". Al personaje creado por Dashiell Hammett le fascina cómo el marido y padre fugitivo cree haber dado un giro definitivo a su realidad sin percatarse de que lleva "la misma clase de vida rutinaria de la que había huido". A mí el relato me subyuga como ilustración de la fantasía del cambio radical y liberador que nos ronda a los seres humanos y que en ciertas fechas simbólicas nos susurra al oído con especial insistencia. La idea de enterrar de un día para otro todos nuestros vicios, imperfecciones y angustias es tan atractiva como tramposa. Claro que hay margen de maniobra, pero solo es eso: un margen. La vida nos moldea día a día, sin necesidad de que caigan andamios desde lo alto.

*Redactor de El Día