España sin Cataluña no sería lo mismo. Sería otra cosa, pero no la España que conocemos. Sé que voy en contra de la opinión generalizada, que no habla de comprensión sino de orgullo. Mi camino es otro. Estoy convencido de que a los catalanes hay que decirles que los queremos como españoles; al contrario de lo que hacemos. Que hemos crecido juntos y podemos seguir haciéndolo. Que esa tierra es parte de la nuestra, donde andaluces, gallegos y también canarios han encontrado un futuro, y que debemos compartir los mismos sueños. Que los necesitamos a nuestro lado. Que su calor nos arropa. Que sí, que son diferentes, que incluso en una misma familia hay hermanos con sus peculiaridades, y eso lo respetamos. No pasa nada. Pero juntos. Que han sabido defender una lengua heredada de sus antepasados (otros la perdimos), lo que debe ser un orgullo para todos. Que nos equivocamos cuando nos erizamos porque hablen catalán. Nosotros perdimos señas de identidad de nuestras primeras generaciones y es absurdo cuestionar al que aún se aferra a los que tanto defendieron los abuelos de sus abuelos. Pero ahora no es el momento de irse, que es la hora de pelear por un mismo hogar... El camino no es repudiarlos. No podemos hacer que se sientan discriminados, odiados, apartados, porque entonces tendrán toda la razón, absolutamente toda, para sentirse otro país. No vale con amenazarlos con los tribunales, con la Constitución, con meter a los militares en sus calles. Eso es guerra política. Entre la gente, de nosotros a ellos, vale más un abrazo. Nada de lo que les cuento es novedoso. Quebec en 1990 quiso independizarse de Canadá. La provincia francófona, que ya había celebrado un primer referéndum en 1980 y repitió el proceso quince años más tarde para conocer la opinión de sus ciudadanos, exigió que se reconociera su carácter de sociedad diferente. No es comparable con Cataluña, en casi nada, pero un gran número de canadienses, no los partidos sino la gente de la calle, el panadero, el taxista, el periodista, el granjero, el abogado, el empresario, también los políticos como ciudadanos y no como formación de izquierdas o de derechas, se unieron para pedirles que se quedaran, que los querían y que sus vecinos, sus hijos, eran también los suyos...