n ese particular reloj con el que algunos han marcado el paso de los últimos tiempos, el petróleo se ha colado como una sombra, unas veces trastocando el pulso normal de las horas y otras retrasando o adelantando, sin permiso alguno, la naturaleza real de los días y hasta la vuelta de sus noches.

n este escenario, la campaña de exploración que concluyó de la compañía Repsol descubrió la inmadurez de una sociedad incapaz de articular debates y alineada en continuos reproches. Mientras tanto, a la vista de cualquiera la Refinería de Santa Cruz muestra un evidente estado de parálisis, sin posibilidad para desarrollar un modelo competitivo a partir de la industria petroquímica y abocada a diluirse en el secundario e intrascendente papel de ser un centro de refino más (y encima en el ojo de la crítica social); o la verdad universal de que el precio del crudo continúa sujeto a las variables geopolíticas que establecen a su antojo los "golfos" productores de siempre, aquellos que habitan un lugar indefinido al que se llama genéricamente Arabia; esa certeza del imparable y acelerado agotamiento de las reservas de combustibles sólidos y cómo ni siquiera el uranio, también con fecha de caducidad, garantiza la alternativa de recurrir a las centrales nucleares; o la quimera del aprovechamiento de las energías limpias, cuando su aplicación resulta limitada y, además, su implantación en las Islas resulta deficiente, consecuencia directa del desdén de una clase política ocupada en sus intereses.

Por eso a los que llevados por la ingenuidad creyeron que la rentabilidad del negocio del petróleo podría derivar en un recurso con el que aliviar el hambre de los pobres; o bien convertirse en la inyección milagrosa para el rescate de los servicios sociales o acaso en esa receta infalible de la esperada recuperación estarán mirando pasmados aquel reloj que marcaba un tiempo distinto.

Y entre hora y hora, quienes se han acostumbrado a sustituir la imagen de la naturaleza por el disfraz que en cada caso más les convenía, ahora no van a mostrar ni un mínimo de pudor en cambiar el color del paisaje y, como veletas, apuntarán hacia donde sople el viento dominante.

l futuro y el olvido están igual de cerca.

* Redactor de L DÍA