Más allá de mitos, por encima de invocaciones divinas, superando también sacrificios y hasta la letanía apocalíptica de una legión de agoreros, Grecia vuelve a constituirse en el principio, el origen, como hace siglos sucedió ante la amenaza que llegaba del desconocido Oriente. Ahora, tras el resultado de las elecciones del pasado domingo parece obvio concluir que, al menos, algo está cambiando, aún sin definir exactamente qué, ni cuál es la verdadera dimensión de un nuevo proceso y mucho menos hasta dónde alcanza su existencia. Ese capítulo queda reservado a los dioses.

Eso sí, los griegos, fundamentalmente esa mayoría que forma el grupo de los mortales, parece haberse sacudido sus miedos -y por extensión también los nuestros-, al enfrentarse con la oprobiosa lista de reglas impuestas, deudas de obligado cumplimiento y futuros amenazantes que, en nombre de la irremediable austeridad, los ha mantenido atenazados hasta la asfixia.

Porque la respuesta contra esa austeridad y, por lo tanto, contra los austeros ha representado el fundamento del encuentro y la base para la coalición de Gobierno entre la derecha nacionalista, la de los Griegos Independientes de Panos Kamenos, y la izquierda radical de Syriza, bajo el carismático liderazgo de Alexis Tsipras. Y así frente a los viejos mamotretos, esos edificios ideológicos de estructuras viciadas por la aluminosis de la corrupción, y aquellas construcciones teóricas reinventadas para aparentar una fachada moderna sólo han bastado un puñado de soluciones prácticas con las que abordar temas concretos para desmontar tan falaz arquitectura.

Con el descalabro de la izquierda tradicional, una socialdemocracia víctima de sus coqueteos con el poder y un liberalismo a sus anchas, la extrema derecha ha buscado particular acomodo con mensajes tan populistas y mesiánicos como los de sus adversarios. Y la vigilante mirada de los organismos financieros suspendida en lo alto, advirtiendo con la insistencia de un Gran Hermano -y no pierden ocasión- sobre la necesidad de mantener la estabilidad y el orden de las cosas.

¿Acaso vuelven los tiempos de la escena clásica, los de máscaras, tragedia, comedia y drama?