Era una gélida noche prusiana de este enero mismo. Las calles de la localidad de Obnisk, al suroeste de Moscú, se hallaban huérfanas de pasos, entregadas a la soledad del invierno. Nadie había a esas horas en que las temperaturas se precipitaban termómetro abajo hasta llegar al cero, esa nada que constituye el todo según los taoístas. Masha cumplía con su rutina de callejear por su breve territorio, unas manzanas con bloques de apartamentos humildes cuyos inquilinos le dan de comer, la cobijan en sus portales en días especialmente inhóspitos y le ofrecen su afecto. Había llegado al barrio tres años antes procedente de quién sabe dónde. Y se había quedado. Su abundante pelaje y ese termostato propio de los felinos le permitían resistir noches como aquella en las que muy pocos seres sobrevivirían sin un calor artificial.

Casual y anecdóticamente, dos meses antes, en el distante Londres, en el cementerio de animales de Ilford, una representación de la Marina Británica depositaba flores en la tumba del gato Simon, que en 1949 había salvado a varios soldados tras un ataque del régimen chino al buque de guerra "Amethyst" en el río Yagtsé. A Simon se le había impuesto una distinción equivalente a la Cruz Victoria por la heroica acción. Pero, como se suele decir, esa es otra historia.

Masha, naturalmente, manejaba su vida ajena a estos y otros méritos de sus ancestros. Y aquella noche de frío prusiano, como decía, se hallaba callejeando, olisqueando el rastro de otros animales, reconociendo las esquinas de siempre, investigando las bolsas de basura y los bajos de algún vehículo estacionado, cuando divisó una caja de cartón que resultó contener un bebé de catorce semanas que alguien había abandonado a una dudosa suerte. Instintivamente, se arrimó al pequeño y lo calentó con su cuerpo. Allí permaneció horas y horas sin moverse, mientras lo lamía y maullaba alertando a los vecinos, que terminaron por reconocer el s.o.s minino. Los que fueron testigos del hecho cuentan que la gata siguió hasta la ambulancia al pequeño, al que ya sentía responsabilidad suya. Y así fue cómo Masha invalidó el negro destino de un vil abandono y se convirtió en una heroína en toda Rusia.

Hoy, mientras contemplaba a mi gata, no podía dejar de preguntarme de qué heroicidades sería capaz este trasto.