Cuando Peter Pan lanzó a Garfio al mar, un cocodrilo se comió de un chasquido la mano en la que el pirata lucía su reloj, de ahí que la presencia de Tic-Tac, que así se llama el formidable saurio, siempre llegue precedida con el sonido de tan rítmico compás. Desde aquel suceso, el bravucón capitán se ha convertido en la imagen de un personaje trágico al que persigue la metáfora de un tiempo devorador.

La figura de Peter Pan representa el mito del rebelde que se niega a ser mayor, que no acepta el futuro, otra víctima del tiempo, y de ahí que se refugie en ese mundo de los cuentos, de la ficción y de los sueños que edifica el País de Nunca Jamás.

Desde la reconocible y párvula onomatopeya del tic-tac, quizás una manera tan tierna como inquietante de reproducir el compás con el que las manecillas del reloj van marcando los pasos de estos funestos tiempos, el líder de Podemos, Pablo Iglesias, se encarga de anunciar, también con repeticiones acompasadas, que el final se acerca. Y lo hace, además, con un tono perfectamente estudiado y desde un registro compulsivo, en ocasiones hasta ciertamente apocalíptico. Mientras tanto, más allá de la catarsis electoral y como resultado del efecto purificador sobre tanta hediondez, se proclama el nacimiento de una idílica Arcadia, una auténtica patria común.

Este personaje, amamantado en el otoño de la penúltima crisis del capitalismo y que vive instalado en el círculo de esa aristocracia que conforma la casta de los privilegiados docentes universitarios, maneja con habilidad la puesta en escena de antiguos tics, como el puño en alto, la sonrisa ancha y la lluvia en el pelo (quise decir las libertades al viento), como si los cambios fueran acaso consecuencia de fenómenos atmosféricos. Y es así como ese lenguaje gestual se contagia y convierte en fundamento de ese ideario con el que se identifican los progresistas porque, al menos de momento, las clases revolucionarias y la revolución representan otro estadio en la conquista del poder.

omo a Peter Pan, a Pablo Iglesias también se le escapan sombras -qué mortal no está exento de huidas- y hasta la misma Wendy abandona su mundo ideal, consciente de que ni es joven ni inocente. Tal sucede en esta suerte de juego de animación en el que han querido convertir la política, donde la profecía de la urgencia corre igual para todos.

Tic-Tac, tic-tac, tic-tac...

*Redactor deEl Día