Era una de esas jóvenes por las que los adolescentes de mi época babeaban. Si se te acercaba, las piernas temblaban y más que hablar, balbuceabas. Aún recuerdo recorrer con suma torpeza su delicado cuerpo en la intimidad de una guardilla con olor perenne a verano. Sí, fui un afortunado. Llevaba tiempo sin verla. Se fue a estudiar y aquel contacto que se convirtió en asiduo, se rompió como casi todo se rompe cuando los años se cuentan por apenas unas cuantas primaveras.

Hace unos días volvimos a quedar. No fue una cita de maduros con ganas de rebuscar en el pasado. Ella nunca fue así. Yo sí. Llegué primero. No llovía y aunque hacía frío, decidí esperar sentado fuera del bar. Estaba nervioso... Y allí apareció. Igual de bella. La misma sonrisa. Mantiene esa silueta a la que estarías agarrado durante toda una vida. Solo había una diferencia: llevaba bastón. Es blanco y le permite no tropezar con lo que se cruza en su camino. Alguien la acompañaba, aunque la dejó a solas cuando faltaban unos metros para alcanzarme. No fui a por ella. Nunca le gustó la compasión e imaginé que ahora menos iba a agradecer mi ayuda. Tragué en seco, respiré fuerte, me levanté y nos abrazamos durante mucho tiempo. Noté sus brazos y cerré los ojos.

La traigo al gongo por su expreso deseo. Quizás sea una cita que no le importe a nadie. Ni idea. Sufre una de esas enfermedades denominadas raras. De aquellas que nos cuesta entender porque a casi nadie le pasa. Tiene retinosis pigmentaria. Ella me la explicó despacio. Me dijo que un día notó que a su visión le costaba adaptarse a la oscuridad. Tenía apenas 25 años. Luego perdió visión periférica. El médico le aseguró que se iba a quedar ciega. Lloró. Se desesperó. Se imaginó su vida y se odió.

Ahora ve como si estuviera en un túnel. Y la luz que encuentra al final es escasa. Aún así, con los años se adaptó a su deficiencia. Maduró, tuvo hijos y ahora se ríe de la vida destrozada que imaginó el día del diagnóstico. Le gustaría ver mejor, ¡pues claro!, pero es feliz y en eso, amigos, se resume la vida. Solo pide que la inversión en investigación no se olvide de los que sufren una enfermedad rara. No suman muchos votos. Ni tan siquiera son atractivos para las farmacéuticas. Pero sienten y os juro que tienen gente que moriría por ellos. Ella también tiene sueños y sé que quisiera ser como antes... Gracias de su parte. Y de la mía.

*Redactor deEl Día