La diplomacia esconde mucho de impostación, de poses aprendidas y es que no en vano desde antiguo ha ido transmitiendo, a manera de legado, todo un muestrario de gestos que en el caso de las fórmulas propuestas en las negociaciones sobre el conflicto en Ucrania desprenden un tufo a magra solución. Mientras EEUU mantiene cierta actitud distraída, lejos de la posición hegemónica que solía imponer casi de inmediato sobre el mapa, tampoco la inexperta UE define su liderazgo en ese patio de compleja vecindad en el que se han convertido las relaciones exteriores. Y es que debilitada por la crisis y sin proyecto común, contestada desde el Sur por las reivindicaciones del nuevo gobierno griego y cuestionada en su misma identidad, la cada vez más menguante influencia del bloque occidental contrasta, sin embargo, con esa visión frontal y práctica de Rusia, que descansa una mano sobre la llave del gas que abastece a Europa, mientras la otra defiende con firmeza su área de dominio.

Aquel movimiento de masas de 2004 que se llamó la revolución naranja no desembocó en la prevista transición negociada. Desde entonces, el modelo pacifista se ha ido quebrando, alimentado por esa mezcla de oligarcas, camarillas, corrupción, falta de perspectiva y un evidente error de estrategia por parte de la OTAN al forzar el reclutamiento de Ucrania, lo que desató las iras de Putin y amparó la intervención armada. El desafío y las escaramuzas quedaban por entonces apartadas del juego.

Moscú nunca ha disimulado su interés por Crimea y no solo por la fertilidad de sus tierras, sino por lo que supone como balcón al Mar Negro por Sebastopol, base de la flota rusa y salida rápida al Mediterráneo, imprescindible para actuar sobre escenarios como Oriente Medio y los Balcanes. No es casual que Ucrania signifique en antiguo eslavo zona fronteriza, que se considere el estado predecesor de la actual Rusia y su capital Kiev, la madre de todas las ciudades, para muchos la cuna de su civilización.

Con estos argumentos y apoyándose en su mayoría étnica en el este del país la conclusión resulta lógica. Rusia tensa el pulso, los días se van cubriendo de sangre y, como sucedió antes en Georgia, también Ucrania se precipita irremediablemente hacia un futuro marcado por el imperio.

* Redactor de El Día