Si la indiferencia es un pecado, en el periodismo y otras profesiones que exigen una mirada crítica sobre la realidad es un pecado mortal. Yo mismo he incurrido en él más de una ocasión; otras veces, una voz a mi lado se ha encargado de despertarme, de advertirme de que eso que estaba ante mis ojos no era tan insignificante ni despreciable como a mí me parecía, que ahí había algo que merecía la pena contar, algo por lo que preguntar, algo en lo que profundizar.

George Orwell nunca cometió este pecado, o al menos esa es la sensación que uno tiene cuando lee el centenar de ensayos y artículos seleccionados por la editorial Debate e incluidos en un volumen (nunca mejor dicho: cerca de mil páginas) publicado hace ya algo más de un año.

De Orwell se suele destacar, con justicia, su pasión por la verdad aunque supusiera enfrentarse a quienes teóricamente eran los suyos. También se le presenta, de una forma algo machacona, como una especie de profeta, un visionario que ni siquiera consiguió asomarse a la segunda mitad del siglo XX y, pese a ello, presintió las formas de esclavitud y control a las que sería sometido el ser humano, adormecido y engañado por la propaganda y las trampas del lenguaje político. Más que esas dotes adivinatorias, veo en sus textos perspicacia y, sobre todo, la voluntad de mirar lo que tiene delante de sí, lo que está ocurriendo justo ahora.

Esa actitud escrutadora la aplica a lo grande y a lo pequeño: al compromiso político del escritor y a las librerías de ocasión, a la Guerra Civil española y a la cocina inglesa, a Dickens y Shakespeare y a las revistas juveniles de su tiempo. La realidad se compone de acontecimientos que sacuden la vida de las naciones, de explotación, violencia y miseria y de grandes sistemas de pensamiento, pero también de tazas de té, viejas costumbres y cultura popular. Todo encierra un significado para él. Ante nada arruga la nariz, nada le parece intrascendente. Ni siquiera ese sapo común que tiene "los ojos más hermosos que pueda tener una criatura viva" y que le sirve como excusa poética para celebrar que "la Tierra sigue girando alrededor del Sol, y ni los dictadores ni los burócratas, por mucho que desaprueben el proceso, son capaces de detenerlo".