Era del vecino, pero adoraba mi casa. Se acercaba a la puerta, miraba y se iba. Luna la espantaba, aunque su ladrido nunca fue desesperado. Un "vete, pero pasa otro día...". Layca era rural. Tenía libertad para moverse por el entorno de tres viviendas ubicadas en medio de la nada. Siempre "despelujada", medio sucia y fea, pero alegre y cariñosa hasta engrandecerte el alma. Me esperaba al llegar a casa. No era su dueño, pero lo hacía. Me quería. Así fue durante meses, hasta que un día la metí en mi terraza. La agarré y se la acerqué a Luna, que la triplicaba en tamaño. La olió, me miró como solo la nobleza te mira y la hizo suya. Fue solo un rato. Otra tarde ocurrió lo mismo. La siguiente semana, también. El vecino, un día, me explicó que su perra tenía una conexión diferente conmigo que nadie más podría lograr. Me lo dijo creo que dolorido, pero fue sincero. Sí, Layca acabó en casa. Durmiendo en el garaje con Luna, comiendo de la misma carne y discutiendo por los mismos juguetes. Cambió de dueños, pero siempre tuvo su libertad. No le costó mucho encontrar un hueco entre los linderos de la huerta para salir y entrar cuando le apetecía. Comprendí que así era feliz. Lo fue durante menos tiempo del que hubiera sido justo. Fue de noche. Antes de la cena. Salí a llamarla, escuché a un gato que huía y luego un golpe seco seguido de un gemido. Si cierro las ojos, aún la escucho. Pero la oigo muy dentro. Me retumba y lloro. Aún hoy se me rompe el semblante. Fui a por ella. Iba despacio. Resignado. Recorrí apenas diez metros de camino de cemento y allí estaba, en medio de la carretera. Oí, como si fuera a lo lejos, a una mujer disculpándose. "Es de noche, se me cruzó, no la vi...". No dije nada. No recuerdo ni tan siquiera haberla mirado. Abracé a Layca, la besé y la llevé a los pies de mi casa. Agarré una pala y allí la enterré. Ahora, voy cada día a verla. Aparco cerca y me siento a su lado. Aveces estoy quince minutos "plantado". No lo hago por nada. O quizás, por todo. ¿Saben?, adopté otra perrita, se llama Lola, pero antes de nada, lo primero, fue explicarle a Layca que no venía para sustituirla. Creo que lo entendió. No sé porqué les cuento esto. ¡Vaya rollo!, ¿no? Quizás es para sentirla más cerca. Eso, por egoísmo. Lo siento.