Porque en muchísimas ocasiones no sé hacia dónde dirigir mis pasos, poso mis silencios sobre la rama más alta que pueda encontrar para que no los pise nadie mientras me ausento entre las queridas musarañas y me dejo llevar por estos pequeños escalofríos que me sacuden el pelo y me revuelven las tripas, como si aún fuera esa niña que camina entre extraños con la cabeza baja y el pensamiento perdido en otros horizontes. Porque todavía ignoro cómo contener las lágrimas cuando me conmueve lo inesperado, y no conozco la forma de acceder al remoto lugar del que brota mi risa, recojo mis pequeños tesoros y los deposito en un papel en blanco. Porque carezco de camisas de fuerzas para contener la rabia cuando me resumen en números las simples tragedias de las que no se habla o las grandes catástrofes sobre las que no se actúa -como si hubiera diferencia entre un dolor u otro-. Porque aún guardo memoria de mis miedos nocturnos, de mis malos sueños, de mis desconfianzas. Porque no olvido cuán difícil resulta en ocasiones sobrevivir a la niñez rodeada de adultos enfermos que nunca tienen rostro, y ahora leo que tan solo en 2014, tres mil y tantos niños (los conocidos, los denunciados) han sido víctimas de abusos en España. Por eso escibo. Al menos hoy. Sin retorno. Ni puntos y aparte, ni posible correciones. Y se me viene a la cabeza la imagen de cientos de tortugas que acaban de salir de sus huevos e inmediatamente inician una frenética carrera para llegar a la orilla. En ese breve camino les esperan pacientemente sus naturales depredadores. Pocas llegan a tocar el mar, a sumergirse en sus aguas, a dejarse llevar, tan diminutas, por las corrientes de la vida. Desde que tengo uso de razón recuerdo a mi madre -con ese semblante endurecido y propio de quien va a impartir una lección que no gusta- adviertiéndome de los desconocidos, de los extraños, de los que se acercaban a mí más de lo normal -como si un niña o un niño de ocho años tuviera conceptuada la normalidad-. Era un tiempo en el que aún se ponía la mano en el fuego por los que tenías cerca. Ahora todo quema. Por eso vamos a hablar, de las víctimas, pero también de los verdugos siempre dispuestos; de esos enfermos que enferman. Vamos a actuar sobre ellos. Sin camisas de fuerza. Porque yo no las tengo.

* Redactora de EL DÍA