os bienes de interés cultural parecen algo serio. Se aprueban por decreto del Gobierno de Canarias, están amparados por leyes y reglamentos, y requieren informes técnicos que avalen la protección y conservación de "bienes que ostenten notorios valores históricos, arquitectónicos, artísticos, arqueológicos, etnográficos o paleontológicos, o que constituyan testimonios singulares de la cultura canaria". Eso dice el artículo 17.1 de la ey 4/1999 de Patrimonio Histórico de Canarias. El artículo 17.2 también dice, literalmente, que "la declaración de bien de interés cultural conlleva el establecimiento de un régimen singular de protección y tutela". Y ahora es cuando ustedes pueden reír o llorar.

Sobre el papel, y en la legislación vigente, un Bien de Interés Cultural (BIC) debe ser protegido. Sobre el terreno, hay tanto BIC abandonado en Canarias que uno se pregunta: cómo es posible tanta desidia institucional. En el Archipiélago hay en la actualidad 402 bienes de interés cultural (199 en Tenerife) y si alguien se tomara la molestia de analizar su estado de conservación, uno por uno, probablemente se nos caería la cara de vergüenza. Basta un vistazo a los BIC del Norte de Tenerife para encontrarse con numerosos ejemplos de un incomprensible abandono que, en la mayoría de los casos, dura décadas. Ahí está la Cueva de Bencomo (Santa Úrsula), convertida en corral de cabras; la Casa Amarilla (Puerto de la Cruz), en ruinas y sin futuro, o la Cueva de los Guanches (Icod), sucia y alterada. Tampoco hay nada que indique que son BIC el barranco de Acentejo o el lagar de la calle Real (a Matanza); el camino del Ciprés y la casona del número 54 de la calle Calvario (a Orotava); la Casa de os Guzmanes (El Tanque); la Hacienda El amero (Garachico) o la casona de El Robado y la adera de Martiánez (Puerto de la Cruz). Y eso que la ley obliga a señalizarlos y a permitir su visita. Una situación esperpéntica. Y sin pizca gracia.

Resulta incomprensible que una sociedad apueste por conservar una pequeña muestra de su legado cultural, pero en la práctica asista impasible a su abandono y destrucción. No vale la excusa del dinero ni de la propiedad. Si se apostó por protegerlos, habrá que buscar fondos para mantenerlos. Y si sus dueños los quieren destruir, habrá que expropiarlos. o que ocurre ahora es un sinsentido. Como para echarse a llorar; mientras otros se ríen de nuestro patrimonio.

* Redactor de E DÍA