Nuestro sistema educativo, eso que prepara a los protagonistas del futuro, y nuestro sistema de selección de funcionarios, eso que decide quiénes llevan las riendas de lo público, son tan modernos como la China imperial del siglo VII. Tan modernos que basan su evaluación, la de las nuevas generaciones y la de los futuros trabajadores de lo público, en puros y duros exámenes de memoria. Exámenes como los que allá por 605, hace apenas 1.410 años, servían para seleccionar a los mejores candidatos posibles para servir como funcionarios de la administración de la China de las dinastías Sui y Tang.

Para lograr un buen expediente académico y una plaza de funcionario público lo más importante en este bendito país es que usted sea capaz de copiar, memorizar y reescribir. Especialmente que sea capaz de memorizar y de repetirlo todo por escrito o de forma oral. Como un loro ilustrado. Si usted tiene una gran memoria, llegará a donde quiera. Aunque luego le cueste hacer la o con un canuto, sea un inadaptado social o tenga serias dificultades para aplicar la lógica aplastante.

Por más leyes educativas que se aprueben, por más hornadas de maestros y pedagogos que salgan a la calle, por más teorías de la educación que se publiquen, aquí poco ha cambiado la manera de evaluar el conocimiento. Vale que ya no te pegan con una regla ni te arrodillan sobre garbanzos con los brazos en cruz, pero nuestros hijos siguen jugándose el futuro con los exámenes que hacían sus bisabuelos, tatarabuelos o el mismísimo Yang Guang.

Se han parado a pensar que en este país basta la memoria para lograr el mejor expediente académico o acceder a los puestos más importantes dentro del sistema educativo, administrativo o judicial. Que para lograr una plaza de docente y "formar" a las futuras generaciones, o juzgarlas, basta con copiar, memorizar y reescribir. Que las notas medias de los exámenes, notas medias en memoria, deciden lo que se puede estudiar o no. Que la capacidad de memorizar es el principal elemento discriminador y evaluador en la España del siglo XXI, como en la China del siglo VII. Que seguimos obligando a las nuevas generaciones de funcionarios y ciudadanos a memorizar contenidos, como cuando no había libros ni internet. De la internet mejor ni hablamos, porque eso es muy moderno, y en España solo la conocemos bien desde 1995.