La autocrítica no es un ejercicio habitual en la clase política. La admisión de los propios errores rara vez se produce cuando el cargo público está aún en plena actividad. Esas cosas se dejan para las memorias de la vejez o para esas entrevistas en las que el antiguo dirigente, ya de vuelta de todo, se confiesa con la libertad de quien no tiene que dar explicaciones a nadie. Pero cuando al político todavía en activo se le pregunta por aquello en lo que pudo haberse equivocado, la respuesta es invariablemente la misma: debimos haber comunicado mejor. En nada de lo verdaderamente importante se falló, solo faltó pedagogía, teníamos que haber sido más didácticos, explicar que nuestras decisiones tendrán efectos positivos a largo plazo, que hicimos lo que teníamos que hacer...

El Partido Popular, por ejemplo, suele mostrarse convencido de que el descontento con las medidas adoptadas durante los últimos años es consecuencia de su deficiente comunicación. Si hubiésemos sabido convencer a los ciudadanos de que en el fondo todo esto ha sido por su bien, de que los recortes en los servicios públicos o la reforma laboral eran el impulso necesario para la posterior recuperación, ahora nos verían con mejores ojos, parece argumentar.

La líder de UPyD, Rosa Díez, también se ha escudado en los problemas de comunicación para justificar los malos resultados de su partido en las elecciones andaluzas. Lo cierto es que algunos hechos parecen darle la razón. UPyD llevó a la cúpula de Bankia a los tribunales, pero el estandarte de la lucha contra la corrupción se lo ha arrebatado Podemos con las únicas armas -al menos por ahora- de la retórica y el discurso. UPyD defendió el contrato único sin que nadie se enterase, y ahora se ha convertido en una de las propuestas económicas estrellas de Ciudadanos.

Creo, sin embargo, que los hechos son engañosos. Aunque las huestes magentas se hubiesen echado a las calles a predicar la buena nueva en cada esquina no podrían quitarse de encima el peso que los está hundiendo, como también hunde a otros: haber llegado un minuto antes en unos tiempos en los que se premia estar completamente limpio del polvo del pasado.