Cada día contiene su propia catástrofe y su particular milagro. Un claroscuro que nos enciende y eleva o nos ensombrece y abate. Es cierto que uno no siempre elige, pero también es verdad que en muchísimas ocasiones esa opción sí que existe y ni siquiera la contemplamos. Porque, es curioso, por alguna razón, nos atrae mucho más el lado sombrío de las cosas. Ese filo de la navaja en el que nos sentamos a lamentarnos con todas las razones y derechos del mundo bajo el brazo. Uno se instala en esa negra esquina como si estuviera realmente en el salón de su casa y hubiera decidido dejar de abonar la luz para no tener que encenderla. Y cuando no nos sucede nada siempre hay algo que le acontece al vecino, o al amigo del vecino, o a un familiar lejano de ese mismo vecino, que en realidad nos importa bien poco, y al que más de una vez evitamos saludar porque es un poquito pesado y siempre está contando sus desgracias propias y hasta las ajenas, sin ningún pudor y sin escatimar detalles. Y, aunque esto lo escriba con un poquito de guasa, si nos ponemos solemnes, es un tema a tratar. ¿Qué le sucede a la gente? En serio... Yo, que suelo caminar mirando al frente, hace tiempo que solo veo rostros ausentes, tristes, mutilados, irascibles, enfadados, desconocidos, como recién llegados de una guerra o de una catástrofe inaudita. Son como los hombres grises de Momo, que estaban por todas partes y a los que nadie diferenciaba de los seres normales, esos que dan los buenos días y se alegran por las cosas simples, y tienen tiempo para detenerse y escuchar a los demás. Asusta pensarlo. No sé. Hay una suerte de empatía que no alcanzo a entender por el horror que nos llega de lejos que utilizamos como acicate para flagelarnos y darnos la razón con esa simple y célebre frase que ya tenemos interiorizada como un mantra: "¡Qué mierda de vida!". Yo más bien diría qué mierda de mantra. Porque para eso me pongo el "Cambalache", que para quien lo ignoree es un tango compuesto en 1934 por Enrique Santos Discépolo, y que dice: "Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé... ¡En el quinientos seis y en el dos mil también!". Sabiendo eso, todo lo demás podría ser otra cosita, digo yo.