Admito que me cuesta asimilar ciertos modos de los que ha traído este nuevo orden, tanto como desterrar aquellas antiguas verdades que confié siempre iban a permanecer inamovibles. Pero nada parece lo mismo.

Estos días, la memoria me devolvió algunas imágenes que aún conservo bien guardadas del Santa Cruz de mi infancia. En ellas aparecían con una nitidez asombrosa unos mendigos reconocibles; los había con perfiles de auténticos personajes novelescos, también aquellos otros que entretenían a la chiquillada con sus gruñidos inocentes o quienes emulaban con sus protestas a destiempo, y una sinrazón hecha pública, la reivindicación de un cambio que acaso nunca supimos entender... Por entonces hasta se consideraba socialmente que su presencia resultaba indispensable, algo así como un elemento que definía y coloreaba la identidad de la ciudad.

Esta ha sido una tierra acostumbrada a padecer hambrunas, vivir con la desazón agarrada al cuerpo, aceptando futuros miserables y entregada a una pella de gofio, al tazón de leche y poco más; una tierra alimentada del analfabetismo y la superstición, mientras arrastra esperanzas servidas en forma de resignación y caridad, heredadas como unos rasgos más de un ADN que, con el tiempo, ha terminado pegándose a su piel y dormida en sus ojos.

La pobreza hoy se ha multiplicado, convertida en algo corriente y cada vez más común, mezclada y colectiva. Hay quienes la visten de dignidad, con aires de cierta solemnidad y un punto de patética distinción. Lo cierto es que la quiebra social camina y habla; anda con lo puesto, deambulando por plazas, calles, mercados; se detiene en los semáforos y aprieta el paso, las manos cruzadas sobre el pecho y la mirada torva; todavía suele tender la mano a la espera de limosna; disputa cualquier resto a los contenedores de basura y aún intenta engañar los sueños de una mejor vida recostada en el cajero de un banco, despertando a menudo entre los bostezos de una ciudad que la arroja al olvido.

Ya ni la pobreza es exclusiva de los pobres. Hasta eso les han quitado. ¡Pobres!