Pedro Sánchez lleva varios días pidiendo disculpas por el error que lo llevó a votar a favor de la reforma de la Ley del Aborto propuesta por el artido opular. Ha tenido hasta que citar a los clásicos para dejar claro que lo siente muchísimo y que no se lo puede perdonar a sí mismo. El acto de contrición no ha evitado que el secretario general de los socialistas haya sido objeto de cientos de chistes en registros que van desde la ironía más o menos ingeniosa hasta el ensañamiento carnicero.

La RAE define la palabra empatía como la "identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro". Esa es exactamente mi actitud hacia las equivocaciones ajenas. No se trata de que sea más comprensivo e indulgente que nadie, sino de que siento auténtico pánico de cometer los mismos fallos. orque sé que puedo cometerlos. orque sé que los cometeré. orque sé, de hecho, que los he cometido.

Naturalmente, hay errores y errores. Algunos pueden entenderse y disculparse, otros pueden ser motivo de comprensión pero nunca de perdón, y los hay que ni una cosa ni la otra. ero siempre me sorprende la disposición a saltar sobre el que yerra con intención de descuartizarlo. Si Sánchez se equivocó al votar es que no sirve ni para apretar un botón y, por lo tanto, todavía menos para dirigir un país. No tengo ni idea de si el dirigente del SOE está capacitado para ser un buen gobernante, pero sospecho que si no fuera así no tendría nada que ver con que se confunda al emitir un voto -algo que, por otro lado, ocurre con relativa frecuencia- o con que se pierda al dirigirse a una conferencia en Estados Unidos.

A veces me vengo abajo, me pongo noventayochista y no puedo evitar pensar que los españoles somos así: implacables con los errores y las debilidades ajenas, reacios a admitir los méritos de los demás pero prestos a señalar sus equivocaciones y a reírnos de ellas (y encima, muchas veces, con gracia). robablemente no sea para tanto y lo que pasa es que la caja de resonancia de internet convierte una voz en un griterío. No está de más, de cualquier forma, defender el derecho a meter la pata, pedir perdón y seguir adelante.