reo que los sueños representan en sí mismos una abdicación de la realidad; en mi caso, ya superada la inocencia del entusiasmo infantil y cumplido el tránsito virginal por las utopías, acaso he caído en la cuenta de haber convivido, durante tiempo y prácticamente sin saberlo, con unos deseos que por irrealizables han terminado por amontonarse en cualquier lugar, en la más triste de las indiferencias.

Y admito que puede llegar a existir una consabida traición en esta manera casi grotesca de olvidar, que esta actitud supone tanto como asimilar una renuncia, esconderse y anticipar el triunfo sin más de esta creciente degradación que nos envuelve sin previsible final. Y así lo veo en la manera cómo las rutinas despiertan entre bostezos; en el paso de la abulia cuando cruza entre calles; en el predominio de los grises allá donde me llega la mirada; en los jirones del desencanto...

Y también percibo ese desdén, cada vez más extendido, de siquiera reclamar la natural aspiración de materializar las razones más simples, mantener las necesidades que garanticen una primaria supervivencia y enumerar las condiciones humanas.

Pero mal que les pese no termino de entender ni reconocer a quienes sostienen como una verdad incuestionable eso de que no existe remedio posible para la miseria, los mismos que con argucias y tonos hasta reverenciales han ido construyendo el carácter irremediable de la incapacidad y el fracaso, mientras se iba instalando casi en silencio una deficitaria y hasta alarmante capacidad de entendimiento, se sepultaban las pequeñas tragedias, mutilando las historias sencillas que en el colofón de su melancolía estaban asistiendo a la bancarrota.

Por eso me asalta la tentación, cada vez con una mayor firmeza, de embalsamar el conjunto de mis ideas, sin ningún tipo de orden ni método conocido, y sentarme a esperar tranquilamente hasta que no sé cuándo ni cómo suceda algo extraordinario.

Porque desde el fondo de los deseos, creo que no deberíamos considerarnos tan diferentes a tantos otros que desde siempre, y mucho antes, vivieron ciertamente amenazados y en peligro de extinción.

Redactor de El Día