l ministro de Justicia no podía haber escogido un lugar mejor que el Círculo cuestre de Cataluña para lanzar su idea de sancionar a los medios de comunicación que publiquen sumarios secretos. Se diría que Rafael Catalá cabalgaba en el caballo desbocado de esa incontinencia verbal que acomete a los responsables públicos cuando se sienten cómodos y creen que nadie les escucha, más allá de unos centenares de personas y algún periodista que otro.

n vista de la polvareda que ha levantado la cabalgada del ministro hacia poniente, tanto él como el Gobierno han optado por una táctica habitual: rebajar la categoría de la ocurrencia. No ha sido una propuesta, sino una reflexión personal, ni siquiera tenía la intención de abrir un debate -"Un buen debate sería trasladar la sanción al medio e imponer la obligación de la no publicación de la información", había dicho un día antes-, de modo que olvidémoslo y pasemos a otra cosa.

Tal vez porque parece que la supervivencia del oficio está en juego o a causa del descrédito en el que ha caído, los periodistas nos hemos vuelto muy dados a la reivindicación épica de esta profesión tan necesaria para el buen funcionamiento de la democracia y el control de los poderes e imprescindible para la toma de decisiones por parte de los ciudadanos, además de la más bonita del mundo. Todas estas aseveraciones son tan cansinas como -salvo la última- difícilmente discutibles. Poner freno a las filtraciones judiciales por la vía administrativa equivale a disuadir a los medios de utilizar una de las principales herramientas de las que disponen para cumplir sus fines e implica, en la práctica, desposeer a la información de su condición de derecho fundamental.

Hay cosas inquietantes y hasta peligrosas en la época que vivimos: ese impulso de derribarlo todo porque nada nos sirve ya, esas ansias de empezar de nuevo aunque no sepamos bien cómo. Pero también hay cosas sanas y esperanzadoras: la exigencia ciudadana de transparencia, la intolerancia hacia la corrupción, la voluntad de no dejarse engañar. La propuesta -o idea, o amago de debate, o reflexión- del ministro de Justicia supone ir en sentido contrario a este espíritu de los tiempos.

*Redactor de L DÍA