Después de no saber, que es así como habitualmente suele recibirnos el punto y final de estos días tan largos y apretados, siempre me queda sin embargo ese resquicio por el que puedo volver a vestir de colores la desnudez de la vida.

Y precisamente en ese lugar que aún conservo, donde sin explicación posible terminan juntándose todos los silencios, hago recuento de los rastros que dejan los peligros; las renuncias de tantos sueños; los amagos fugaces de una furia desgastada por los miedos.

Y con este volcánico lastre en la conciencia entiendo, desde el simple acto de pararme frente al espejo, que estas arrugas no son sino continuación de mis tristezas, cómo los años han ido desmintiendo mi tiempo y esa soledad se ha hecho sombra bajo la mirada de los ojos. En busca de respuestas me detengo a pensar entonces en tantas gentes que se pasan años y años hasta que son capaces de distinguir las voces de los ecos y en quienes nunca alcanzan siquiera a percibir que exista diferencia alguna y habitan felices dando vueltas alrededor de sus vacíos.

Ahora siento cerca a quienes a duras penas han aprendido a vivir en los bordes de la vida, mezclados con los que no paran de tentar en nombre de la virtud, lanzando invocaciones a la patria y la familia, llamando al rescate de los viejos estandartes y promulgando veredictos que insisten en la necesaria continuidad, un intento postrero y casi agónico por salvar los restos de un naufragio que los arrastra.

Y ahora que tengo la sensación de haber salido de un invierno que me envolvió con una extraña piel, el cuerpo todavía aturdido y a la espera del abrigo de emociones distintas, posiblemente ya sea tarde para repasar las equivocaciones que quedaron atrás.

Creo que todo resulta ahora un asiento de sospechas y mientras se sucede ese caudal de mensajes que anuncian ciclos de la salvación, nos guarecemos, como un huésped más, abrumados por tanta indiscreta codicia.

Tal vez esté aprendiendo a no creer tanto y quizá sea por eso que sigo esperando en la fugacidad del día siguiente y paseo acompañado por la certeza de que ninguna verdad fue la misma dos veces.