Hace un tiempo, no mucho para qué engañarles, me propuse aprender algunas claves coreográficas. Un paleto, independientemente de jardín en el que se meta, siempre suele apuntar a lo más alto... Yo lo hice. Así fue cómo me colé, apelando a la inocencia y la pillería con la que un adolescente viaja gratis en el tranvía, en el reino que dominaba Ana Plisétskaya. Al principio solo era capaz de reconocer al mito. Confieso que me llegué a sentir como uno de esos tipos que lucen como un pavo real sobre su corazón la leyenda PdH sin tener claro a quién están homenajeando; a qué se debe semejante derroche visual con lo fácil que sería apostar por un cocodrilo anoréxico. Con o sin Pedro del Hierro, me sentí atrapado por una vida de película que estaba protagonizada por una bailarina con un pedigrí cien por cien soviético. Buceando entre biografías reforcé mi teoría sobre las penurias que atormentan a los genios: ¿Cómo algo tan bello había sobrevivido a tanta atrocidad?

Plisétskaya agitó mis neuronas aquella tarde en la que me entretuve leyendo que el último Premio de Asturias de las Artes (2005) era todo un ejemplo de tenacidad; una superviviente que perdió a su padre ejecutado por Stalin y a la que alejaron de su madre cuando a esta la deportaron a un campo de concentración.

Sin querer me acordé del patito feo que se transformó en un elegante cisne. Lo más fácil hubiera sido caer en la desidia de un centrifugado de emociones que había secado los sentimientos más puros de una niña que quiso ser bailarina a los tres años; un impulso tan ingenuo como el hecho de querer convertirse en ciudadana española. Sí. Ana Plisétskaya era tan cañí como la Lola Flores, la Pasionaria o Rosalía de Castro. Arte concebido en el gélido Moscú que encontró unas raíces artificiales a las que atar una vida inundada de sacrificios. Cada vez que alguien me explica lo soledad que te asfixia en medio de un proceso creativo se me revuelven las tripas escuchando las disculpas de unos niñatos que ayer anunciaron que se van a la huelga porque sus ganancias futbolísticas van a ser revisadas con lupa por el fisco. En fin. Se fue una dama del ballet clásico; uno de esos talentos que nunca dejan ver del todo la profundidad de sus heridas.