En ese intento postrero por hacer de la claridad un oficio, me cuentan, y vaya por delante que hablo de oídas, cómo Fulano de Tal se planta cada mañana prácticamente desnudo ante un espejo estilo art nouveau que adorna su salón, del que dicen nunca ha podido escaparse, mientras se pregunta repetidamente, como en una letanía, cuál va a ser su futuro. Me aseguran que no hace sino poner el pie en la calle y movido por no se sabe muy bien qué se lanza con paso decidido hacia una sucesión de escaparates donde no para de mirarse, adoptando el escorzo hierático de los maniquíes; acomodándose el pelo desde la raíz del pensamiento a las puertas de una peluquería y, casi llegando a la altura de la esquina, mostrando con decisión una impoluta fila de dientes envueltos en una sonrisa impostada, un remedo de la imagen de ese modelo que luce su fabricada felicidad como un huésped más del tiempo.

También me susurran ciertas lenguas que Menganita de Cual, heredera del azul, lo mira todo con unos ojos alucinados, abiertos hasta el amanecer, y me aseguran quienes así la han visto que pese a su andar acelerado tiene tiempo de pararse a saludar a las mismas farolas, como si las conociera de toda la vida, y hasta llega a abrazarlas, con la verdad siguiéndola a una cierta distancia, siempre rezagada y sujeta a un ramo de siemprevivas que va deshojando con una inagotable paciencia.

De Zutanito se comenta que va por ahí vanagloriándose de haber inventado lo que ayer y desde siempre ya existía, cómo con el mismo nombre que su padre extiende pagarés por el valor de la confianza, a todo y a todos les quiere poner precio, con fecha de caducidad, y ya ni siquiera le cuesta ocupar lugares donde hasta el vacío se podría sentir desamparado.

También a Merenganito se refieren como a ese burguesito en proceso de rebeldía, una gratificación furtiva que se ha metido a esto de la política para redimirse de las culpas de sus antecesores, algunos afirman manchadas con sangre.

Por eso casi me alegra saber que la dignidad no es sino ese desolador deseo de esconderse y que poco puede pasar ya que nos asombre. Ni siquiera tantas tierras prometidas.