El cabeza de lista de Podemos en el Cabildo grancanario, vicepresidente segundo de la corporación insular merced al pacto de izquierdas suscrito en la isla redonda, ha sido denunciado por abusar sexualmente de la hija de su pareja, de cinco años de edad. Según la denuncia, los hechos se produjeron hace quince años, pero es ahora cuando se conocen, coincidiendo con el hecho de que Juan Brito -un historiador que se ha dedicado al activismo social y ecológico- adquiere cierta notoriedad pública. La verdad es que toda la historia apesta un poco: Brito se separó hace años de la madre de la niña, que le acusó de malos tratos, acusación desestimada en dos ocasiones. Según declaraciones de la hija de la denunciante, supuesta víctima de los abusos, el retraso en la denuncia se produce porque ella sólo habló con su madre a los diecisiete años, cuando ya habían pasado diez desde que fue consciente de ellos. Es verdad que no es nada infrecuente que quienes han padecido abusos los oculten e intenten olvidarlos, y sólo afloren mucho más tarde. Pero también es cierto que la historia presenta perfiles que pueden hacer pensar en un montaje.

Por eso, porque hay que preservar los derechos del denunciado y -sobre todo- los de su presunta víctima, la niña hoy mayor de edad, lo que procede es dejar actuar a la justicia y mantener la presunción de inocencia sobre este hombre, cuyo calvario público tiene hoy menos que ver con lo que pasó o no pasó hace quince años, y más con el hecho de haber dado el salto a la política. Si no lo hubiera hecho, quizá el nombre de Juan Brito no estaría hoy en los medios, o sólo se habría reproducido en iniciales y no conocería el dudoso honor de ser portada de algún periódico.

Brito es un exponente más de una sociedad instalada en el amarillismo y en el linchamiento moral, una sociedad que prefiere condenar primero y juzgar después, y para la que la mejor noticia es la que incorpora escándalo y truculencia. Los periodistas somos sin duda los primeros responsables de este estado de cosas, pero también existe una evidente responsabilidad en el ámbito de la política, cada día más habituada a que la destrucción del adversario (incluso del compañero) sea parte del juego.

Ayer escuché a alguien alegrarse de que un dirigente de un partido hipercrítico como Podemos "reciba también de su propia medicina". Yo no me alegro en absoluto, porque esta miseria no nos conduce a nada bueno: anteayer fueron Borja Benítez de Lugo, diputado del PP, y Casimiro Curbelo, condenado públicamente al ostracismo por supuestos pecados de bragueta. Y ayer López Aguilar y hoy Juan Brito. Pero aparte de ellos, por motivos más prosaicos que escabrosos, relativos a meter la mano en la lata del gofio, se ha linchado vilmente y sin compasión alguna a gentes que nunca fueron condenadas, sólo por ser el enemigo a derrotar. No se cómo empezó, pero esto es un "ojo por ojo" y todos vamos a acabar tuertos.