Más de doscientos kilómetros de carretera, bajo un sol de plomo, metido en una maleta, y luego la travesía desde Melilla a Almería en las bodegas del "Sorolla", a 32 grados y sin agua. Nabil murió deshidratado y asfixiado, intentando reencontrarse con sus cuatro hermanos en Dijon y cumplir su sueño de iniciar una vida nueva en Europa. Hay quien cree que la culpa de esta nueva muerte inútil es de aquella radiografía asombrosa de una maleta con un niño dentro, hace tan sólo tres meses, una imagen que recorrió las pantallas de televisión e incendió las redes sociales cuando Adou Ouattara cruzó la frontera de Ceuta en el trolley de una joven marroquí de 19 años -Fátima- contratada por una mafia a la que el padre de Adou pagó cinco mil euros para que lo entraran en España. Lo descubrió la Guardia Civil del Tarajal con sus rayos X, al ver su silueta encogida como un feto, acurrucada dentro de un útero con ruedas. Al cabo, la historia tuvo un final provisionalmente feliz, al padre se le retiraron los cargos, a Adou se le permitió un año de estancia en España mientras se resuelve definitivamente y las teles se hincharon a sacar reportajes de la familia reunida. De la mula Fátima -que cobró unos pocos dirhams por pasar por la frontera su trolley relleno de niño- no sabemos qué fue.

La muerte del marroquí Nabil, deshidratado en su propia maleta, es el contrapunto siniestro a la historia de Adou. Pero es falso que una originara la otra: niños y adultos embutidos en maletas llegan a las fronteras de España con Marruecos desde -al menos- el año 2002: han sido pillados en Ceuta, en Málaga, en Algeciras, en Beni Enzar, en Tarifa... Cada tanto se coge a alguno, pero la Guardia Civil sabe que son más los que se cuelan. Nos sorprende saber que los hay que mueren. Pero Nabil, que quiso vivir una vida nueva en la ciudad de la mostaza, es apenas uno más de los dos mil africanos muertos en lo que va de año en las orillas del Mediterráneo. Uno sólo de los cinco mil que murieron en 2014 ahogados intentando llegar a las costas de España y de Italia. Uno más de las decenas de miles de inmigrantes desesperados e ilusionados a los que Europa se niega a abrir sus puertas, alegando que aquí no cabemos más.

¿No cabemos? El mayor problema de Europa en los próximos veinte años no es el paro, ni la pobreza, ni las drogas, ni la violencia. El mayor problema de Europa es su envejecimiento imparable. En pocos años seremos incapaces de sostener a los mayores del continente, cuyas familias han decidido dejar de tener hijos. España perderá población en los cinco años que vienen. Según Unesco, en el año 2050, la mitad de los niños del mundo serán africanos. En 2100 África será ya el continente más poblado del mundo, por encima de Asia, y millones de Adou y Nadil llegarán de una manera u otra a un continente lleno de viejos y necesitado desesperadamente de mano de obra. Quizá entonces, a nuestros hijos o a los hijos de nuestros hijos les parezca insensato no haber empezado a actuar antes. Quizá entonces estas miles de muertes con nombres y apellidos nos parezcan un crimen sin sentido, fruto de nuestro egoísmo, desidia y ceguera.