Es difícil explicar qué es lo que ha pasado en Cataluña, en medio del guirigay de declaraciones triunfalistas o autojustificativas de unos y de otros. Estamos acostumbrados a escuchar a los partidos después de cualquier comicio, vendiéndonos que todos y cada uno de ellos han ganado. Pero resulta sorprendente un grado de cinismo tan desatado como el de anoche por los independentistas. Están vendiendo una gran victoria, que en realidad encubre varias derrotas. Si las elecciones de ayer tenían una voluntad plesbicitaria, lo que se ha demostrado es que la suma de todas las fuerzas independentistas se sitúan por debajo del 50 por ciento. Si lo de ayer hubiera sido un referéndum, los partidarios de la independencia lo habrían perdido. Pero fueron unas elecciones regionales, autonómicas, para elegir el Parlamento de Cataluña, y aunque "Junt pel sí" ha logrado la mayoría relativa, no sólo no han logrado la mayoría absoluta que pretendían, sino que los partidos que integran "Junt pel sí" han retrocedido en relación con las elecciones de hace tres años, perdiendo nada menos que nueve diputados. Es asombroso que ambas cosas fueran falazmente negadas ayer -con el mismo exacto guión- por Oriol Junqueras, verdadero factotum de la operación que ha secuestrado cualquier posibilidad de diálogo político en Cataluña, por Artur Mas, un personaje al que lo único que le preocupa es sobrevivir a esta historia, y que ayer nos vendía la enorme participación en las elecciones como una victoria del independentismo, cuando ha sido justo lo contrario, y por Raúl Romeva, que insistía en la idea de que el sí ha ganado al no. Años escuchando chistes malos sobre la afición de los catalanes a la calculadora, y ahora va a resultar que los tres mandamases de "Junt pel sí" no saben siquiera sumar.

No voy a perder ni un minuto en discutir la obvia ilegalidad del formato planteado por los secesionistas catalanes, ni la extraordinaria torpeza de un Gobierno -el de todos los españoles- que se ha negado a intervenir, no ha sabido negociar, y ha dejado el campo libre. Pero no creo que nadie -ni en Europa, ni en el resto de España, ni en la propia Cataluña- crea que es democrático y admisible que una minoría que no alcanza al 48 por ciento de los votos emitidos en estas elecciones imponga la independencia a la mayoría que supera el 52 por ciento.

Lo que sí han conseguido en estas elecciones es hacer patentes dos cosas: una es que Cataluña -esa tierra caracterizada por la moderación y la voluntad de entendimiento- se está radicalizando, y no sólo entre contrarios y partidarios de la independencia, también hacia la banda de la izquierda más radical. La otra es que los lenguajes incomprensibles no sirven en política. Podemos se ha estallado como una pita jugando a la ambigüedad, y el PP ha sido literalmente barrido por Ciudadanos, con un discurso basado en el unionismo y en la voluntad de defender la democracia. En cuanto a Unió, su desaparición del escenario político debería recordar a los empresarios y banqueros que apoyaron la opción meliflua de Durán que estar en misa y repicando no es la mejor fórmula para defender intereses.

Y ahora, vamos a esperar a ver cómo monta "Junt pel sí" un gobierno coherente. Que esa es la segunda parte de esta película: quizá tengamos nuevas elecciones dentro de no tanto.