El Instituto Nacional de Estadística hizo públicos ayer los datos de la última encuesta de población activa, considerada hoy el indicador más fiable de la situación laboral del país. Las estimaciones sobre el tercer trimestre de este año habían sido ya parcialmente adelantadas por el ministro De Guindos, siguiendo la tónica preelectoral de vender las buenas noticias tantas veces como se pueda. Un día toca inaugurar pantanos que llevan en funcionamiento un año, otro anunciar inversiones multimillonarias de Red Eléctrica en Canarias, acordadas y anunciadas hace ya año y medio, y otro día toca contar (por tercera vez) que el paro ha bajado (por primera vez) de los cinco millones.

Una buena noticia es una buena noticia aunque se repita un millón de veces, y hay que felicitarse por que haya más trabajo y aumente la población activa. Con el crecimiento del PIB por encima del 3 por ciento, la economía -poco a poco- demanda más empleo. Pero el problema es la gradación de ese "poco a poco": cuando arreciaba la crisis y se perdían decenas de miles de trabajos todos los días, algunos políticos optimistas nos dijeron que la salida de la crisis podría producirse con un efecto resorte, de tal manera que el empleo se recuperaría más rápido de lo que se estaba destruyendo. No va a ser así, sino todo lo contrario. Al ritmo de la recuperación actual, tardaríamos 20 años en volver a contar con el trabajo destruido en los últimos ocho. La crisis rompió todos los presupuestos: superamos los cinco millones de desempleados, un millón de personas capacitadas y con talento -muchas de ellas costosamente formadas en Universidades españolas- abandonaron España para buscar ocupación y fortuna fuera, la pobreza severa afecta hoy a uno de cada cinco españoles, las clases medias se pauperizaron y los sectores más castigados andan bordeando la exclusión social. El Estado de bienestar ha sufrido recortes muy considerables, se han reducido servicios esenciales y se han perdido completamente derechos laborales y sindicales que costó medio siglo conquistar. La crisis ha disparado la desigualdad entre naciones y territorios y, sobre todo, entre personas ricas y personas pobres. El 1 por ciento de la población mundial -personas que cuentan con patrimonios superiores a los 600.000 euros-, disponen hoy de más de la mitad de la riqueza disponible en el planeta. En España, los ricos son hoy más ricos que antes de la crisis, y además son más. Pero la pobreza se ha instalado en la mesa y la conciencia de miles de ciudadanos. Una oleada de pensamiento conservador, alimentado por el miedo a perderlo todo, se ha enseñoreado del alma de las masas, y ha contaminado de pesimismo y de inacción a sectores potencialmente innovadores. El balance de la crisis es un verdadero desastre.

Personalmente, me alegro por todos y cada uno de esos 650.000 parados menos que nos dice De Guindos que habrá de más a final de este año. Estoy absolutamente dispuesto a creerle. Ojalá sus pronósticos se cumplan. Pero estoy muy cansado. Tanto como los miles de españoles que hemos soportado durante estos años reducir nuestro bienestar, pagar más impuestos y recibir menos servicios, y a los que ahora se nos quiere convencer con un discurso triunfalista de que ya se han acabado los sacrificios y renuncias. No es cierto: estamos mejor que ayer, pero este no es el buen camino. Más años en esta dirección consolidarán la desigualdad y mantendrán el sufrimiento de los más débiles. Esa es la verdad.