Siento por la arquitectura de Fernando Menis una indisimulada admiración. Algunos dirán que algo tendrá que ver el afecto que le profeso, pero no creo que sea del todo cierto: conozco al arquitecto Menis antes de conocer al amigo Fernando, y ya de antes me fascinaba su trabajo. Cierto es que ha sido en esta última década, tras disolverse el estudio que compartía con Pastrana y Artengo, cuando más ha crecido su obra y más preciso se ha vuelto su talento. Fernando es un personaje irrepetible, un artista total, obsesionado con las formas de la piedra y amarrado -como un cosaco a su caballo- a la química interna de lo mineral y su alquimia con la vida. Fernando es sin duda hoy el mejor, más internacional y más reconocido de los arquitectos canarios, pero eso a él le importa una higa, y si quieren que les diga la verdad, a mí también: la suya es una profesión envilecida durante décadas por el éxito y el dinero, y muchos que han logrado éxito, reconocimiento y pasta gansa, son embaucadores de tres al cuarto, gente que eligió el camino de lo seguro, clonadores de una sola buena idea repetida hasta el infinito. Fernando no es así: yo diría que -para ser un arquitecto de prestigio y desde que yo le conozco- anda siempre sin un duro, con los bolsillos llenos de notas, dibujitos y garabatos, claves y códigos de un sortilegio con el que logra que se manifiesten estructuras imposibles y edificios irreales.

Con la crisis, Fernando hizo lo que tanta gente y se reinventó de nuevo. Cuando se tienen sesenta años (y alguno más) reinventarse es una operación de alto riesgo. A Fernando le llevó esa operación a perderse por el mundo y descubrirse en la docencia. Vive instalado en esos dos derroteros, la circunvalación de las naturalezas del planeta, y el asalto a las mentes ajenas: hace falta ser de una pasta muy muy especial para regalar tus sueños a los otros, y Fernando es de esos. Sus alumnos -y sus colegas en el estudio, a los que trata como si el alumno fuera él- saben que no se siente propietario más que del derecho a seguir inventando ficciones de piedra.

¿Ficciones? La ficción es la poesía de lo real: este último sábado estuve en Magma: una visita familiar al universo jurásico infantil, una exposición con enormes dinosaurios mecánicos. Mi hijo -que sintió por primera vez la arquitectura en un viaje reciente a Nueva York- descubrió en el Magma el discurso abrupto del hormigón y la ternura de la piel marina que cubre el edificio. Porque lo que hace Fernando Menis deja de ser ficción desde el momento en que lo dibuja. Sus obras, repartidas por el mundo, existen ya desde el papel, tal y como surgen en su mente generosa, perspicaz e inquieta.

Entre los enormes cajones de la retrospectiva que le ha dedicado la Fundación CajaCanarias, Fernando casi se nos echa a llorar el martes, al hablar de su mujer y de quienes le han acompañado en estos años tan tan tan difíciles. Un privilegio para todos ellos, compartir trozos de vida con un genio humilde, honesto y delicado, un hombre cabal enamorado del futuro, que ahora quiere hacer que la piedra sude y reviva. Los paisajes del tiempo -del tiempo que Fernando nos legue- serán de piedra húmeda, mineral penetrado por el verde de la vida.