Horrorizados por la barbarie indiscriminada de París, o dos días antes por los asesinatos masivos de Beirut, o un par de semanas atrás por la voladura de un avión repleto de turistas rusos inocentes, se levantan voces en todo el planeta -algunas muy cercanas, como la del ex diputado canario Sifgrid Soria, agitador de redes- reclamando la interrupción de los programas de recepción y asentamiento de los refugiados que se agolpan en las fronteras orientales del continente. La explicación es que entre las decenas de miles de sirios que huyen de la guerra entre Assad y el Califato, pueden venir terroristas camuflados, dispuestos a atentar contra las indefensas poblaciones europeas. ¿Pueden? Quizá. Pero no parece razonable que elijan ese camino tan incómodo y tan plagado de dificultades, cuando pueden llegar perfectamente en avión desde Qatar o Abu Dabi, en primera clase, atendidos por eficientes y jóvenes azafatas. O -más probable aún- no tienen que venir de ningún lado, porque están en las calles y plazas de toda Europa desde hace al menos un par de generaciones. Jóvenes descreídos, sin fututo ni posibilidades, que se apuntan a las filas del Estado Islámico para ir a luchar contra gobiernos lejanos, para cortar gargantas de infieles y destruir esculturas idólatras. Y a los que a veces se convence de no desplazarse tan lejos. Si se trata de morir o de matar, Europa es un buen sitio donde hacer ambas cosas provoca mucho ruido y mucho miedo. Más que en los desiertos de Siria e Irak, desde luego.

Quienes vienen masivamente desde allí, jugándose el pellejo para llegar a la isla de Lesbos en el Egeo, o intentando vencer la resistencia de las fronteras de Hungría, no parecen asesinos. Suelen llegar cargados de hijos, cansados por un trayecto imposible, ateridos de frío, por supuesto desarmados y pidiendo auxilio. Muchos -muchísimos- no son siquiera musulmanes. Son cristianos de tradición siríaca, maronitas, ortodoxos y otras gentes que nunca leyeron el Corán ni solos ni en familia, que convivieron sin grandes problemas con musulmanes y hebreos en ciudades que eran bastante pacíficas hasta antes de la ''Tormenta del desierto'', y que ahora se enfrentan al terror, a los bombardeos, a esa nueva guerra de posiciones que EEUU y Rusia juegan diligentemente sobre el teatro de Oriente Medio.

¿Que nos están cazando vilmente? Sí ¿Qué no podemos consentirlo? Claro que no. Pero aquí lo que se discute no debe ser lo obvio, sino como hacerlo. Si hay que seguir enviando armas a los sucesivos contendientes, por ejemplo: USA ya lo hizo con los talibanes para crearle problemas a los soviéticos, y luego se convirtieron en Al Qaeda. Y ahora a estos del califato -antes ISIS- se les ha ayudado lo indecible para acabar con Assad. No parece que fuera muy inteligente. Y si la solución es arrasar de nuevo Oriente Medio desde el aire, ya se hizo, y tampoco eso ha funcionado muy bien hasta ahora. Y si la solución es cerrar las puertas a los que huyen del horror, será a costa de nuestra propia humanidad. Civilización contra barbarie, desde luego. Pero que nos digan cómo se hace. Y que después de hacerlo siga existiendo civilización.