El bipartidismo resiste. Pero malamente: apenas supera ya la mitad de los votos, aunque suma casi los dos tercios de escaños. Como era previsible, los resultados finales se decidieron en catorce o quince provincias españolas con poca población, en las que el último diputado salió por diferencias de pocos votos. Por primera vez, España experimenta un fenómeno parecido al que vivimos en Canarias desde siempre: al ser más de dos las fuerzas que se reparten la mayor parte de los apoyos, las distorsiones territoriales tienen más importancia a la hora de determinar la representación final. Con un poco de (mala) suerte, el otro fenómeno que exportara Canarias al ámbito nacional podría ser el de los pactos estrambóticos. Personalmente, creo que en ausencia de mayorías claras, lo razonable sería dejar gobernar al que ha obtenido más diputados, y obligarlo a inaugurar una nueva cultura política de pactos y acuerdos. Es difícil gobernar sin mayorías cualificadas, pero en estos momentos el PP lo hace en Madrid y el PSOE en Andalucía... y el mundo no se ha hundido por eso. Pero que tal cosa ocurra depende de los tres partidos que (habiendo ganado todos, por supuesto) han perdido las elecciones. Ojo, por cierto, al Senado. El PP controla la mayoría absoluta. La Cámara de "segunda lectura" puede ponerse muy caliente si el PP no gobierna.

Con claridad, en España se definen dos espacios políticos, pero ahora ocupados por cuatro partidos: derechas e izquierdas siguen casi empatadas en el número de votos, pero mientras el liderazgo del PP es más claro en su campo, el PSOE, aunque se distancia en votos y escaños de Podemos, necesitaría entenderse no solo con lo que Pablo Iglesias representa, sino con la amalgama de grupos, bloques y mareas que se articulan de momento y mientras no se demuestre lo contrario en torno a Iglesias: si contamos también los votos que se mantuvieron fieles a Alberto Garzón, podría decirse que la izquierda barrería en España si el nuestro fuera un sistema de doble vuelta, como es en Francia. Pero no lo es. Con estos resultados, puede darse tanto un gobierno de derechas como uno de izquierdas.

Y probablemente será un gobierno en minoría... porque no cabe ninguna mayoría absoluta que no implique un imposible acuerdo PP-PSOE, o que Ciudadanos apoyara un tripartito con el PSOE y Podemos. Ambas hipótesis son extremas. Por eso, el que finalmente prospere será casi seguro un gobierno que tendrá que negociar todo y cada día. Dentro del propio Gobierno, y también en el Parlamento. Esa es una buena noticia para los partidos pequeños, especialmente para los menos ideologizados, como Coalición Canaria, que consiguió colocar a Ana Oramas a pesar de los malos pronósticos, o como el PNV, que ya se apresuró a saludar los resultados de Podemos. Pero la lectura más clara es que la matemática resultante de las elecciones exige cambios radicales en la forma de hacer las cosas: o se aprende a gobernar escuchando a todos, pactando con unos y con otros y buscando consensos amplios, o habrá que ir a nuevas elecciones, probablemente la hipótesis más dura de las que se manejan.