De Artur Mas se puede decir casi de todo, pero que no le tenga apego a su sillón, desde luego que no. El hombre aguanta -impasible el ademán- lo que le echen, aunque lo que le echen sea una historieta persa como la del empate en la votación de la CUP para decidir si será o no será investido. La organización que aglutina a marxistas, anticapitalistas de otro pelaje, anarcoides e independentistas de izquierda de difícil clasificación, sorprendió a Cataluña y a todo el país pasándose las leyes de la estadística por el mismo forro: sometidos en Asamblea más de 3.000 cuperos a la pregunta de si hay que convertir a Mas en presidente, la mitad justa voto una cosa (que sí) y la otra mitad justa voto lo contrario (que no). Es como si usted tira una moneda al aire para decidir sobre algo a cara o cruz y la moneda cae de canto. La dirección de la CUP, que es la que controló tan chiripitifláutico recuento ha decidido resolver el empate a 1.515 votos volviendo a la casilla de salida: el empate imposible del domingo se resolverá el próximo sábado, en el límite mismo de la elección legal de Mas, por medio de una votación en el consejo político de la formación, un órgano que viene a ser como el comité central -con perdón- de los antiguos partidos comunistas, integrado por los parlamentarios de la CUP (que opinan pero no votan), más los 15 miembros de la dirección (que ellos llaman secretariado) y entre tres y seis delegados de cada una de las 13 asambleas territoriales de la CUP. Además, y para esta concreta votación, el consejo político contará con una docena de delegados de otras organizaciones políticas que apoyaron a la CUP en las elecciones regionales el pasado 27 de septiembre. Lo más chocante de esta singular estructura de toma de decisiones es que se va a dar la paradoja de que entre quienes decidan lo que hay que votar en la investidura de Mas, habrá representantes de asambleas territoriales de la CUP que no están en Cataluña. Por ejemplo, votarán delegados de la comunidad valenciana o de la vecina Francia, donde la CUP cuenta con asambleas locales. Porque la CUP considera que la independencia de Cataluña es un primer paso para la creación de los Países Catalanes, que habrían de incluir todo el Levante español hasta el noroeste de Murcia, las Islas Baleares, la denominada Franja (la zona de Aragón más próxima a Cataluña) y el sur de las regiones francesas de Mediodía-Pirineo (la provincia de Foix) y de Langedoc-Rosellón. Todos los territorios donde se habla catalán, aunque sea poco...

Así de absurdo está el patio: el representante de la burguesía nacionalista catalana espera a que quienes dirigen una organización marxista tirando a Groucho sean los que decidan si podrá o no ser presidente, para así avanzar hacia la independencia, proyecto al que se sacrifica la ideología de Convergencia, la coherencia, o incluso la pela, porque las exigencias de estos chicos de la CUP van a poner Cataluña patas arriba. Pero claro, es que la independencia es lo primero para el honorable Mas. ¿Lo primero? No, en realidad, no lo es: la CUP ya ha dicho que apoyará a cualquier otro presidente que no sea Mas. Luego lo que está en juego para Mas, lo que le hace renunciar a todo, no es la independencia, sino su propia y personal continuidad. Este menda quizá no pase a la Historia, pero ya está en el Guinnes de los récords como el mayor caradura de Cataluña y sus satélites.