Durante los años del crecimiento económico desbordado, esta región -como el resto de España- recibió miles de inmigrantes. El crecimiento poblacional, fruto básicamente de las llegadas masivas de gente de fuera, hizo que la población se convirtiera en una de nuestras preocupaciones principales. Coalición Canaria llegó a estudiar la posibilidad de una ley de residencia, convertida luego tramposamente en otra ley (la de "segunda residencia") que sonaba parecido pero que no tenía absolutamente nada que ver con la primera, cuyo objetivo declarado era frenar el establecimiento en las Islas de gente de fuera: comunitarios con conocimiento de idiomas que venían a ocupar plaza en el sector turístico, hispanos para atender a nuestros ancianos y trabajar en el servicio doméstico, magrebís y africanos que entraron a saco en el mundo de la agricultura y la construcción, en los empleos más duros. El nacionalismo utilizó recurrentemente esa llegada para construir un discurso irreal, enarbolado sistemáticamente en los procesos electorales, en el que se presentaba a los que venían de fuera como gente que venía a quitarles el trabajo a los de aquí, cuando en realidad llegaban mayoritariamente a hacer el trabajo que los de aquí no queríamos hacer.

Luego vino la crisis. Y con ella la desaparición de las oportunidades que habían atraído a distintos grupos de trabajadores. Los de fuera hicieron lo que hacen los emigrantes cuando se acaba el trabajo: buscaron otro sitio donde trabajar, o volvieron a sus países. Solo en los últimos tres años se han ido casi 60.000 extranjeros, y eso sin contar a miles de trabajadores de otras regiones españolas que también nos dejaron, provocando un impacto importante en la demografía de las Islas. Pero no es el único impacto negativo: con el cambio de las costumbres sociales, la difusión de las técnicas de contracepción y la llegada del desarrollo, Canarias pasó en muy poco tiempo -apenas dos décadas- de ser la región española con mayor índice de natalidad a ser justo lo contrario: la de menor índice de nacimientos por habitante. Los dos factores -regreso de los emigrantes a sus países de origen y reducción de nacimientos- hacen que Canarias lleve ya cuatro años perdiendo población. Se trata de un fenómeno que no es del todo nuevo: a lo largo de la historia, coincidiendo con las crisis de los monocultivos tradicionales o las etapas de carestía, desabastecimiento o hambruna, también se han producido disminuciones de población en las Islas. Lo que no había ocurrido nunca antes de ahora es que a esos factores se sumara también un saldo negativo en el ritmo de los nacimientos.

Empezamos a tener problemas de una sociedad desarrollada (envejecimiento de la población y alta movilidad de las personas con más formación...) cuando aún no hemos abandonado del todo muchas dinámicas sociales propias de una sociedad que no ha logrado salir del todo del subdesarrollo, entre ellas -probablemente la más importante para el futuro de nuestra gente- la baja capacitación laboral de una parte muy importante de la población. Si algo ilustra la actual crisis demográfica es que si Canarias se cerrara alguna vez a los flujos migratorios que acompañan el bienestar económico, correríamos el riesgo de convertirnos en una sociedad aún más dependiente.

Curiosa paradoja.