Ya no se trata de una intuición o una percepción: el rechazo ciudadano a un gobierno tipo ensaladilla rusa, montado por PSOE y Podemos, votado por IU y algunas fuerzas nacionalistas y tolerado por los independentistas catalanes es muy alto. Un sondeo de Metroscopia publicado ayer fija ese rechazo en un 58 por ciento, frente a la otra posibilidad existente, que es la de un gobierno apoyado por PP, Ciudadanos y el PSOE, con un programa de reformas pactado y con Rajoy fuera del Gobierno, que rechaza el 44 por ciento. El sondeo pone de manifiesto el descontento de los encuestados con la actuación de los dos grandes partidos, pero especialmente con Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, de quienes se considera que no están actuando en la línea de lo que España necesita. El rechazo a la ejecutoria de los líderes del PP y del PSOE -68 por ciento en el caso de Rajoy y 73 por ciento en el de Pedro Sánchez-, es muy alto incluso en sus propios partidos.

La percepción ciudadana es la de que las decisiones que ambos líderes han tomado en estos días, no solo no contribuyen a facilitar la formación de un nuevo Gobierno, sino que incluso deterioran las posibilidades de su propia fuerza política ante una nueva convocatoria electoral. El tiempo se está agotando tanto para Rajoy, que usó la mayoría absoluta para aislarse del resto de las fuerzas políticas, provocando con su gestión un extraordinario castigo a su partido, como para Sánchez, obsesionado con presidir el Gobierno a toda costa, con tan solo noventa diputados y sin el respaldo de muchos de sus propios compañeros. Si ninguno de los dos logra cerrar un acuerdo viable en los próximos días, lo más probable es que ambos pierdan el tren del Gobierno y sea necesario buscar otras opciones.

La preferida hoy por los españoles, dice Metroscopia, es la de un gobierno apoyado por el PP, Ciudadanos y el PSOE: es una opción complicada, que requiere de una negociación distinta a las que hemos presenciado hasta ahora, basada en sumar apoyos para una concreta investidura. Con los votos de los tres grandes partidos constitucionalistas, lo que habría de iniciarse es una negociación sobre las reformas necesarias y asumibles por una mayoría social. Muchas de ellas las hemos escuchado en las campañas electorales de los tres partidos: aflojar los recortes sin poner en riesgo el crecimiento económico, acabar con los corruptos y atajar la corrupción, modernizar la Constitución, resolver el encaje de Cataluña y aprobar una ley electoral más representativa, pero que permita la creación de gobiernos legitimados por la ciudadanía.

Después de casi cuarenta años de democracia española, no puede decirse que este país no esté maduro para corregir los excesos cometidos durante la crisis, y para acometer la reforma constitucional. Pero es imposible hacerlo con la sociedad española artificialmente fraccionada en dos bloques irreconciliables de izquierdas y derechas, y con unos dirigentes que solo piensan en su propia supervivencia. Este es tiempo de grandes cambios y grandes acuerdos. Y probablemente para alcanzar esos acuerdos se precise empezar cambiando a quienes los impiden.