Ana Oramas fue ayer absolutamente contundente al dejar claro que Coalición Canaria no apoyará ningún Gobierno en el que participe Podemos. Coalición se distancia de ese hipotético acuerdo de las "fuerzas progresistas" que en realidad solo existe en la cabeza de Pedro Sánchez y como marco de sus ilusiones de ser califa. Es lógico que Sánchez tenga tales ilusiones, a pesar de lo cabezonas que resultan las matemáticas cuando de sumas y restas se trata. Y es razonable que el PSOE haya explorado las posibilidades de un acuerdo de fuerzas progresistas al margen de que ese acuerdo sea viable o no. Lo que resulta extraño es que a estas alturas en la dirección del PSOE aún no hayan entendido que Iglesias no tiene el más mínimo interés de llegar a acuerdo alguno. Probablemente fue el primero en hacer cuentas la noche electoral y concluir que es innecesario, además de inviable. A él -enfrascado en la operación de destrucción del PSOE y ocupación del espacio político de la socialdemocracia española- no le conviene pactar con el PSOE, sino vender que es el PSOE quien no quiere pactar. Iglesias sabe que en unas próximas elecciones contará con casi un millón de votos más, los que le aportará el acuerdo con Izquierda Unida que ahora -desde el liderazgo absoluto- va a cerrar sin problemas. Y sabe que ese millón de votos es un colchón más que suficiente para superar al PSOE -siquiera por puntos- y poder presentarse como la primera fuerza de la oposición. Porque lo que quiere Podemos es sustituir al PSOE, no pactar con él. Y en eso está Pablo Iglesias. Es el único de los actuales dirigentes españoles que sabe perfectamente qué es lo que tiene que hacer, los tiempos que tiene para ello, y está dispuesto a asumir los riesgos de hacerlo. Por ejemplo, el de enfrentarse a una parte de sus propios círculos, la más crítica, sorprendida de que las promesas de negociación clara, discusión desde abajo y otras zarandajas hayan sido sustituidas por su autoproclamación como candidato a la Vicepresidencia, que Iglesias ni siquiera ha consultado con la dirección federal de Podemos. El portavoz de la "nueva política" de las izquierdas no parece estar muy alejado de las formas de la vieja política de siempre: él se lo guisa y él se lo come.

Un amigo, votante de derechas, me comentaba el otro día que le gustaría ver a Podemos gobernando, a ver si este país espabila. Lo decía en broma, pero no es una broma: en las democracias se influye en los acontecimientos no solo estando en el Gobierno. Sin estar en él, Iglesias está dirigiendo la agenda política española, frente a dos partidos ensimismados -el PP y el PSOE- y el disparate de los partidos autodeterministas. Vivimos en el tiempo de Podemos: un tiempo de agitación, indefinición, conflictos y pérdida de credibilidad de la política. Un tiempo proclive al caos. Nos hablan de hacer prevalecer lo que denominan "agenda social", frente a la "agenda territorial". Y no sé de qué diablos nos hablan. Porque un país no puede hacer ninguna agenda si antes no se identifica a sí mismo y no reconoce sus límites y sus reglas.

Podemos ha venido para hacer saltar todos esos límites y todas esas reglas, para sustituirlas por las que a Podemos le interesan, y ofrecer mucho espectáculo. Achicharrarán en ese circo a todos los demás. La única forma de evitar que eso ocurra es que los que creen en las reglas se pongan de acuerdo. En cualquier formato. Pueden empezar haciendo lo que ha hecho Ana Oramas: primero decir que con ellos no. Y luego ver lo que es posible.