Hay políticos que asumen con alegre entusiasmo el rol de provocadores. El diputado regional Gustavo Matos, ex director general de Comercio en el Gobierno de Canarias en la etapa de Rivero, es sin duda una de ellos. Su carrera política -comenzada con la corbata roja al aire como candidato a la alcaldía lagunera- le llevó a él al Gobierno en una de esas sorprendentes carambolas que se juegan a varias bandas entre partidos e instituciones, y que -de paso- colocó la bola roja -Javier Abreu- en posición central en el billar de La Laguna. Desde entonces, Matos ha sido fundamentalmente dos cosas: portavoz delegado de Abreu en las cuitas políticas regionales (el curro consiste en decir lo que Abreu no quiere decir, o insistir en lo que Abreu ya ha dicho), y candidato de Abreu a ser candidato a presidente. La verdad es que ha tenido más éxito en lo primero que en lo segundo. Su candidatura -respaldada por una difusa corriente socialista no sé si continua o alterna- quedó la tercera en la pelea por la nominación a la carrera presidencial. Pero la exposición pública de esa campaña interna resultó suficiente para garantizarle un carguito como diputado, puesto negociado con Patricia Hernández a cambio de postreros apoyos. Es la de Matos -un tipo simpático y dicharrachero, por otro lado- una carrera, nada infrecuente en el actual sistema de selección de dirigentes en el PSOE, cada día más alejada en eso (y en muchas otras cosas) del modelo socialdemócrata que convirtió al socialismo español en la fuerza política más importante de la democracia española.

Pero no se trata de llorar a estas alturas por la leche derramada: que lo hagan si tienen tiempo quienes permitieron a Zapatero convertir el PSOE en un concurso de popularidad. De lo que se trata aquí es de fijar los límites de esta extraña política que hacen hoy los políticos, convertida en una absurda sucesión de declaraciones y acusaciones, realizadas con la fiereza y convicción de un hipo contenido. Matos tiene un buen maestro, una de las mejores lenguas del PSOE, el simpar Abreu. Pero esta semana se dejó llevar por el entusiasmo y se le fue la olla. El lance ha tenido como ocasión un rifirrafe premonitorio, en el que Patricia Hernández hizo un mal chiste sobre la gestión de la más cómica de las consejeras paulinas, doña Inés Rojas, que dejó el área de Vivienda como un comedor tras una fiesta. A patricia Hernández le contestó José Miguel Ruano, pidiéndole que critique menos y se lo curre más, respuesta quizá a iniciativa propia o por indicación de. Y a Ruano le replicó Matos, en una aguerrida soflama cargada hasta la saturación de calificativos e improperios contra Ruano y contra el Gobierno de Rivero, del que -ya se le ha olvidado- el mismo Matos formaba parte. En esto se entretienen.

Lo mejor es que el retrato que hace Matos de Ruano resulta de lo más especular: le califica de cínico y gamberro, le acusa de querer romper el pacto, le obsequia con una sucesión enlazada de sinónimos - artificiero, colocabombas y dinamitero- y acaba diciéndole que habla por boca de otro. Jesús, María y José: cuando yo era joven a eso se le llamaba autorretrato.