Sin explicación aparente, y con la economía real en proceso de recuperación, los mercados han vuelto a derrumbarse de manera estrepitosa, provocando de nuevo el pánico en las bolsas. No es solo un problema de los bancos y los grandes inversores, que habían refugiado sus capitales en el negocio bursátil. Es algo que afecta a millones de pequeños ahorradores y rentistas que tienen sus cuartos -casi a la fuerza, porque no hay otro sitio donde tener el dinero- colocados en fondos y depósitos vinculados a la actividad de las bolsas. Con el miedo recorriendo los parqués de todo el mundo, todos esos pequeños ahorradores corren el riesgo de perder lo que tienen.

La verdad es que no soy nada ni remotamente parecido a un experto en estos asuntos de la economía financiera. Ni hablo tampoco de oídas, porque en mi círculo personal no hay mucha gente que trabaje en Lehman Brothers o sea becario de George Soros. Pero tengo la impresión de que estamos a punto de enfrentarnos a un nuevo batacazo gigantesco de esa economía especulativa y ficticia que hoy representa lo que pomposamente llamamos mercados. En realidad, lo que está ocurriendo responde a la locura de una economía completamente desapegada de la realidad. Los números son terroríficos, pero oficiales: por cada euro que cambia de manos en la economía real de este planeta -todo lo que se produce, todo con lo que se comercia, cualquier cosa que se vende, menos el dinero- se mueven 75 euros en la economía financiera. Las empresas de bienes y servicios incorporan al PIB mundial poco más de 45 billones de euros, mientras los mercados mueven 3.450 billones de euros al año. Son cantidades gestionadas por los bancos de inversión, las aseguradoras, los fondos de pensiones multinacionales y los fondos especulativos, entidades que se ceban con operaciones de bolsa, compra de divisas, bonos que ofrecen los Estados para financiarse y la estafa piramidal de los productos derivados. Setenta y cinco euros de ruleta financiera, por cada euro que se mueve en la economía real.

Hace ocho años, cuando a la banca de inversión se le atragantó el banquete, se intentó resolver el problema de la economía especulativa apretando sobre la economía real. Era necesario reducir el déficit, y con él la deuda en bonos con la que los Estados derivan el pago de sus gastos a las generaciones futuras. Pero una política económica basada en la contención del gasto público y el aumento de la fiscalidad no logró acabar ni con el déficit ni mucho menos con la deuda de los Estados. Solo destruyó los ahorros y las expectativas de millones de personas de la clase media, mientras la riqueza seguía acumulándose cada vez más en cada vez menos manos. Es verdad que todos somos responsables de la sociedad que hemos construido, pero resulta curioso que los únicos que han salido ganando de verdad con esta crisis son precisamente quienes la provocaron. Ocho años de sacrificio son un tiempo muy corto en la historia del capitalismo, pero muy largo para quienes no pueden pagar el recibo de la luz. Y ahora, después de estos ocho años, los mismos vuelven a traernos el mismo problema: los mercados vuelven a derrumbarse, y es posible que esto no haya hecho sino empezar. ¿Volveremos a reaccionar de la misma manera? ¿Apretaremos más a los mismos de siempre? ¿O quizá nos decidamos a aplicar otras recetas?