Pedro Sánchez ha ganado la consulta a los afiliados socialistas que se comprometió a hacer ante el comité federal a cuenta de su negociación. Han votado poco más de la mitad de los afiliados, una demostración de lo enooooorme que es la preocupación por este asunto, y de los que han votado, casi el ochenta por ciento -¡un éxito!- lo han hecho a favor.

¿A favor de qué?

Bueno, esa es otra historia, porque lo que la dirección del PSOE ha preguntado a los socialistas es si están de acuerdo con cualquier cosa que haga o pueda hacer Pedro Sánchez para intentar colarse en La Moncloa. La democracia participativa es muy importante, y está bien que los partidos se acostumbraran a ejercerla, pero cuando la democracia se convierte en un camelo para justificar decisiones políticas, como que la gente se queda a cuadros. Entre el liderazgo partidario resignado de un Mariano Rajoy, el ''partido franquicia'' de Ciudadanos y "el yo me lo guiso yo me lo como" del partido de los círculos, ese que surgió del 15-M e iba a reinventar la democracia, pues la consulta de Pedro Sánchez se me antoja una tomadura de pelo a sus afiliados. Que deben ser muy disciplinados para acudir a votar una pregunta que sólo tiene una respuesta, porque a ver qué afiliado está en contra de formar un gobierno de progreso... aun así, ha habido algo más de un veinte por ciento de afiliados que han votado otra cosa, lo que significa que el PSOE hay más barones camuflados de los que creíamos o -más probablemente- que es el partido con más anarquistas y suicidas por metro cuadrado de toda España. Ahora, con el respaldo de un ochenta por ciento de los afiliados que se dejaron consultar, Pedro Sánchez puede hacer lo que le salga del occipucio en materia de pactos. El hombre ha inaugurado para las ligas mayores (ya se había ensayado en Izquierda Unida, a pesar de que Sánchez se proclamó adánico inventor de la fórmula) un sistema que sin duda hará fortuna en el PSOE: consultar a los afiliados cualquier cosa antes de hacer lo que a los que mandan les da la real gana. La gran diferencia con lo que se hacía antes -lo que a los que mandan les daba la real gana- es que ahora los afiliados tienen el derecho a ejercer de tontos útiles.

Sé que se me va a malinterpretar: soy partidario de la democracia participativa en los partidos. Pero es que la socialdemocracia ha decidido abandonar un sistema -el debate en las organizaciones de base y territoriales y su recorrido hacia las direcciones- que ha servido para hacer política en Europa durante más de un siglo y para formar cuadros dirigentes. Lo está sustituyendo por un sistema inventado para tener éxito en las redes sociales y en la tele. Porque las ideas que se nos venden desde el socialismo de ahora caben todas en 140 caracteres, implican la descalificación automática del que no piensa lo mismo, y requieren de una cierta cantidad de cómplices acríticos que ejercen de claque de manera natural. Si a eso se le añaden un par de grafismos con mucho diseño, unas cuantas sonrisas profidén de los dirigentes, mucho dinero gastado en campañas de imagen y un absoluto desprecio por todo lo que no sea llegar al poder, el sistema se convierte en puro espectáculo. Todo un éxito. Un gran avance democrático.