Ni su nombre era Esmeralda ni su primer apellido Cervantes. Se llamaba Clotilde Cerdá. Víctor Hugo le prestó el nombre artístico de la heroína del "Jorobado de Notre Dame" y el rey Alfonso XII le añadió el apellido más ilustre de las letras españolas: Cervantes.

A muchas personas no le sonará de nada y, sin embargo, esta célebre arpista nacida en Barcelona eligió Santa Cruz de Tenerife como retiro, el lugar donde vivió sus últimos años y donde reposan sus restos, en un panteón del cementerio de Santa Lastenia.

Su primera visita a la Isla data de julio de 1880, cuando junto a su madre desembarcó en Santa Cruz de escala a Buenos Aires, ofreciendo varios conciertos y ascendiendo al pico del Teide.

Ya casada con el ingeniero Oscar Grossman, el matrimonio residió en 1902 en el 25 de la calle de La Rosa, donde Esmeralda Cervantes impartió clases de solfeo, piano, canto y arpa.

En 1918, la pareja adquiere un caserón en la calle Bernabé Rodríguez, número 1, que derriban para construir un chalé. Allí desarrollan una vida sencilla, hasta que Esmeralda sufre una hemiplejia que la deja inválida, después sobrevino un ataque cerebrovascular y su fallecimiento el 12 de abril de 1926.

Una muestra indefinida en la Sala de los Mármoles del Ayuntamiento capitalino recuerda a esta brillante arpista.