No hay animal más miedoso que el dueño de un billete grande. Y si los tiene en manada, es más miedoso aún. Un montón de billetes grandes, por muy atados que estén unos a otros, vuelve cobarde a su dueño ante cualquier cosa: una crisis económica, un cambio de gobierno, un caída de la bolsa, un inspector de Hacienda... Para proteger los fajos de billetes grandes de los miedos de sus dueños, se inventaron hace mucho tiempo los paraísos fiscales y todos los mecanismos que permiten que los fajos de billetes grandes estén bien protegidos y seguros. Se sabe que los ricos que son muy ricos son especialistas en resguardar su dinero lejos de cualquier peligro. De hecho, una parte del diario y esforzado trabajo de los ricos consiste en proteger la pasta en cajas fuertes, y cuando no les cabe, en bancos fiables. Para un rico muy rico, un banco fiable es el que no revela quien es el dueño del dinero que está dentro, y para eso se llenaron de bancos los paraísos fiscales, para meter dinero en ellos y que sólo lo sepa gente verdaderamente de fiar, como banqueros ricos y abogados ricos. Lo que pasa es que a los pobres ricos muy ricos cada vez se les vigila más, como si fueran vulgares delincuentes que hubieran amasado sus fajos de billetes robando o explotando a alguien o defraudando a Hacienda o no pagando sus impuestos, o quedándose con la pasta del presupuesto de algún Estado, que es algo tan difícil que sólo los ricos muy ricos saben hacerlo sin acabar inmediatamente en la cárcel.

Pues eso, que para que no se note, no pagar impuestos y no acabar en la cárcel, están las firmas de abogados que trabajan en paraísos fiscales ayudando a los ricos muy ricos a proteger su identidad como propietarios de la pasta, porque si hay algo que llevan mal los pastores de fajos de billetes es que sus fajos sean famosos. No les importa serlo ellos mismos, salir en el Vanity, el Enquiere, el Forbes, el ¡Hola! o donde haga falta, enseñando mansiones, yates, apartamentos estratosféricos en la Quinta Avenida, joyas, visones, coches deportivos, lujazos de oro macizo o lo que se tercie. Pero pasta no. Enseñar la pasta es de muy mal gusto. Los ricos tratan el dinero como las novelas de Corín Tellado trataban el sexo: no lo enseñan. Lo insinúan y dejan que se note, pero sólo eso. Lo otro sería pornografía dura y soez, como esto de Panamá: once millones de documentos enseñándolo todo con un desparpajo y un mal gusto horrible... Ricos, reyes, poderosos, deportistas, dictadores, gente del cine y la farándula... ídolos todos del papel couché, convertidos en carne pública, abiertos en canal (de Panáma), presentados pornográficamente para consumo mundial, así de pronto, sin darle a los asesores de los ricos tiempo siquiera de preparar una excusa creíble... (porque la de los plumas de Putin sobre la agresión a Rusia da más risa que vértigo).

En fin, esto es lo que hay. De todos esos miles y miles de ricos retratados desnudos por la obra de un pendrive y la gracia de algún empleado cabreado del bufete de diseño Mossack Fonseca, seguro que alguno habrá con motivos legales para disponer de una empresa "off-shore". Tener o estar en una no es en sí mismo delito. Pero con esto pasa como con todo: depende de quien la tenga. Si el ministro tiene una empresa "off shore", es más que probable que te esté robando. Si la tiene tu alcalde, ponle el cuño que te roba. Y si es al periodista que pontifica sobre moralidad al que trincan con cuartos o empresas en Panamá, Gibraltar o Andorra, seguro que el tipo ejerce de egipcio, una mano por delante, otra por detrás. Lo peor es que ya sabíamos de qué iba esto cuando los veíamos en sus casas, yates, fiestas y deportivos. Pero entonces estaban vestidos, tapaban sus vergüenzas. O la pasta, que es lo mismo.