¿Es el franquismo responsable del fracaso escolar en Canarias? ¿Tiene algo que ver la dictadura con el hecho de que más de medio millón de canarios entre los 18 y 60 años no superaran el Bachillerato? Eso es lo que opina Gerardo Rodríguez, portavoz del STEC-Intersindical Canaria, que ha incluido el franquismo entre las causas por las que Canarias encabeza también la oprobiosa lista de las regiones con un nivel educativo más bajo.
Sinceramente, yo no veo relación alguna de causa-efecto entre nuestro fracaso educativo y el franquismo. Por supuesto que todo es –de una forma u otra– herencia de nuestro pasado, pero no creo razonable que –en términos de responsabilidad política– haya que pedirle cuentas hoy al general y su régimen, a las leyes escolares de la República o a la cristianización forzada de los aborígenes, por el hecho de que nuestro sistema educativo no cumpla con los objetivos que tiene encomendados. Además, no sirve de nada. Más razonable –y sobre todo más práctico– sería explicar el fracaso escolar en términos cercanos que permitan inferir soluciones, más que diagnósticos. Porque de diagnósticos estamos sobrados ya: en los últimos años son decenas los informes, encuestas, estadísticas y baremos que nos dicen que nuestra Educación se aleja del mínimo común denominador. Sabemos que decenas de miles de pibes y no tan pibes de las Islas son analfabetos funcionales, que no se han acercado jamás a un libro, que no son capaces de leer un periódico o una revista, y que les cuesta interpretar unas instrucciones de funcionamiento, rellenar un cuestionario público o redactar un documento.
Y eso no es culpa del franquismo. Es responsabilidad de un sistema masificado, que desalienta la autonomía personal y el espíritu crítico, que adocena y cosifica a los alumnos y dedica más tiempo a adaptarse al cambiante mecano legislativo, a la burocracia y al control pedagógico, que al debate educativo. Es responsabilidad de los docentes, hartos de ser ignorados, aburridos del baile de planes y currículos, cansados de ejercer una docencia que tiene muy poco que ver con la vida y el mundo, que no educa en valores, y que –en algunos casos– es sólo una carrera de obstáculos en la que de lo que se trata es de evitar que las fieras te devoren. Y es responsabilidad –también y sobre todo– de la falta de interés de las familias por formar a sus hijos, de la indolencia de muchísimos padres y madres que consideran escuelas e institutos como meros centros de reclusión del piberío, a los que sí se acude alguna vez, es sólo para defender a chicos asilvestrados y montaraces a los que nadie pone freno, cuestionando de paso la escasa autoridad de profesores y maestros. La responsabilidad es de esas familias, en las que tampoco se lee, ni se habla, ni se enseña nada. Familias que permiten que la vida de los chicos se consuma entre la nada del colegio y la narcosis de la Play, entre comida basura, sexo basura y ocio basura, a la espera de ese curro bien pagado en la construcción que ya no existe, o de los 426 euros del subsidio. Familias desestructuradas y sin futuro.
¿Es culpa del franquismo? Qué fácil resulta despejar a córner las propias responsabilidades… Cuando yo era un crío, mis padres –imbuidos del espíritu de la posguerra– me enseñaron que había que comerse toooodo lo que se ponía en mi plato. Y yo seguí esa instrucción al pie de la letra hasta hoy. La culpa de que ahora parezca un barril no es por tanto mía. No tiene nada que ver con mi propia glotonería, desidia y abandono. Es también cosa del franquismo…