Soy de los que piensan que en materia de religión las creencias (o descreimientos) de cada cual son un asunto estrictamente privado. La relación que uno mantiene con las cosas del espíritu se me antoja cuestión que debe mantenerse al margen de lo público. Esa es una de las grandes aportaciones de la modernidad, y si alguien tiene dudas de la extraordinaria importancia de esa conquista en la vida cotidiana de los pueblos, sólo hay que mirar hacia el mundo que construyen quienes aún creen que religión y Estado deben ir de la mano. Por desgracia, en la España de la Transición no optamos por el modelo de Estado laico, definido por la nula injerencia de cualquier organización o confesión religiosa en el gobierno, las instituciones, la educación, etcétera, y sí por el modelo más confuso de Estado aconfesional, que es el que no reconoce como oficial ninguna religión en concreto, aunque pueda tener acuerdos colaborativos y de ayuda económica con religiones o instituciones religiosas. Los constitucionalistas españoles prefirieron no romper radicalmente con cuarenta años de nacionalcatolicismo y privilegios de la Iglesia católica oficial, en un país cuyos ciudadanos se declaraban aún católicos practicantes en casi un 70 por ciento, y optaron por un Estado teóricamente aconfesional. Pero lo que significa la aconfesionalidad no lo tiene claro todo el mundo. Para empezar, no lo tienen claro los alcaldes y concejales. No por lo que ellos crean o dejen de creer, que es asunto suyo, sino por su empeño en instrumentalizar las fiestas y tradiciones religiosas con respaldo social, los paseos de vírgenes, las ofrendas, procesiones y otros rituales. Y tampoco lo tienen claro algunos curas, a los que de vez en cuando les invade la "santa ira" y se dedican a sermonear a quienes no hacen las cosas como ellos creen que deben hacerse. Conste que comparto la opinión del señor cura de Güímar, don Pedro José Pérez, cuando dice que los concejales de su municipio "hacen el indio" por acudir a las procesiones, cuando los servicios religiosos se las traen al fresco. Pero me parece muy poco adecuado (poco "cristiano", vaya) que lo diga el señor cura. No creo que sea competencia suya decir cómo, cuándo y a qué actos que se celebran en las calles del municipio, deben ir los concejales. Aunque puedo entender que esté enfadado el hombre con la foto paródica que los responsables de Cultura y Fiestas han colgado en Facebook, haciéndose pasar por dos tiernos infantes que van a hacer la primera comunión. Si el señor cura no debe meterse en lo que hacen los concejales, estos deberían tener un poco de juicio y no bromear con las creencias ajenas.

En cuanto al remate de esta polémica inane, con la alcaldesa Luisi explicando que acude a misa no sólo por devoción cristiana, sino porque es parte de su trabajo, y poniendo al mismo nivel de sus obligaciones la asistencia a misa y a los plenos municipales (dos cuestiones que no tienen nada que ver) sinceramente creo que la doña ha perdido el oremus. Y también el más elemental sentido del pudor.