El CIS ha hecho coincidir la presentación de su último estudio demoscópico con el inicio de la campaña electoral. Uno se pregunta si se trata de informar a los ciudadanos de las tendencias políticas del momento o de influir en el voto de ese tercio de indefinidos que decidirá el resultado. La presentación de los sondeos -su interpretación y las implicaciones de todas las hipótesis que se barajan- se ha convertido en un asunto de mucho más interés que las propuestas políticas de los partidos, a las que nadie presta la más mínima atención. Se habla más en los medios y en las conversaciones de los resultados del 26-J que de lo que cada partido propone. Esa es otra -otra más- de las consecuencias de esta trivialización creciente de todo lo que tiene que ver con la política que se ha convertido en carta de naturaleza de nuestra democracia cotidiana.

Se trata de un sistema que hace que el continente del programa de un partido -el famoso catálogo de IKEA, por ejemplo- sea mil veces más comentado que su contenido. Por eso todo el mundo comenta las fotos, pero nadie habla de las propuestas y medidas que contienen las 192 páginas cuché del catálogo. ¿Alguien comenta la propuesta de reducir la edad de jubilación actual? ¿La iniciativa de crear más de un millón de puestos de trabajo gracias a la rehabilitación energética en las viviendas? ¿El compromiso de llevar el crecimiento del PIB al 3,5 por ciento, un punto y medio por encima de lo que calcula Europa? ¿La decisión de gastar 60.000 millones más que este año, en vez de gastar diez mil menos, como pide Bruselas? O incluso... ¿Alguien recuerda la resolución aprobada por el último congreso de Izquierda Unida de sacar a España de la Unión Europea y del euro, y de la que en el programa no se dice nada?

No, de esas cosas ya no se habla, ni se escribe, ni se discute en los bares, quizá porque nadie se las cree. Sirven apenas para rellenar los huecos entre las estupendas fotos domésticas de Pablo Iglesias, la señora Bescansa, el ex-JEME de Zapatero, José Julio Rodríguez, y Mari Pita, que -por cierto- tiene su casa muy moderna y muy bonita.

No es solo un problema del catálogo de Podemos. Les pasa lo mismo a los anuncios del PP sobre gatos y perros, a los del PSOE ridiculizando a Rajoy (por cierto, ¿hemos caído en que lo único que ahora propone el PSOE es que se vaya el señor Rajoy?) El debate político que hoy vive este país, cuando se mantiene en los límites del buen gusto, se agota en cosas como esas. Cuando no, se desparrama en el insulto y la grosería, la demagogia y el cainismo. El debate político es hoy una parte indistinguible del "show business", puro entretenimiento y poco más.

Nadie nos dice cómo se van a pagar las pensiones dentro de apenas quince años, pero todo el país está perfectamente informado del color de la corbata que ahora no se quita Iglesias, o de lo escotada que es la blusa vaquera de marca con la que Andrea Levy se presentó en el debate de mujeres. Así va a ser está campaña. Y cuando tengamos que ir a votar, sabremos muy poco sobre cómo se va a gobernar España, pero tendremos perfectamente claro si la corbata fina es tendencia en las filas de Podemos y si la ropa vaquera suelta y ligera se ha convertido en moda popular.