Aún en la resaca de los resultados, aturdidos por la suma de sorpresas que trajo la noche electoral, hay que preguntarse qué se dirimía realmente en estas elecciones. Lo primero era si el PP, al que se daba de partida por ganador, contaría con apoyos suficientes para construir un gobierno. Rajoy sigue insistiendo en que quiere un Gobierno con el PSOE. No sé si el mismo se lo cree o lo dice por poner en un aprieto a los socialistas. Pero no parece que ese acuerdo sea precisamente posible. Es otro el que parece contar con más boletos en la rifa: y aún así, si sale será con dificultades, y en el filo mismo de lo posible, pero todo apunta a que ese acuerdo podrá vertebrarse en torno a la mayoría social conservadora, con el apoyo de fuerzas nacionalistas. Será un proceso lento y difícil de articular en el que resulta necesario conciliar el voto de Ciudadanos con el del PNV, el de Coalición Canaria, y al menos con la abstención de Nueva Canarias. Ciudadanos tendrá que revisar su discurso contra las fuerzas nacionalistas no soberanistas, y reducir su oposición a la continuidad de Rajoy. Y aún si lo hace, que eso está por ver, saldrá un acuerdo justo en el alero: 175 votos a favor, 174 y una abstención. Complicado, pero posible.

La otra cuestión que se dirimía en las cuentas del domingo noche era el liderazgo en la izquierda, el "sorpasso". Suponía el cierre de la primera parte de la operación de Pablo Iglesias para hacerse con el poder en España. Al final, el miedo, la movilización socialista, y la indefinición y los gestos autoritarios del pablismo hicieron que Podemos -que iba a ser en términos relativos el ganador de estas elecciones- se haya convertido en el gran derrotado. El "sorpasso" se ha quedado en un monumental gatillazo del macho Alfa de la nueva política española. La foto de familia podemita, con el caudillo Iglesias con cara de pocos amigos en el centro, es de las que se recuerdan durante años. No creo que Iglesias haya digerido aún el fracaso de una estrategia iluminada que ya ensayó Julio Anguita, y que permitió a Aznar hacerse con el Gobierno. Ni Iglesias, ni los suyos, ni el coro de quienes apostaron desde los medios por la inevitabilidad del "sorpasso" y el recambio en la izquierda han aceptado lo ocurrido. Algunos incluso se atreven a hablar de pucherazo y caciquismo. La noche electoral se resistieron a aceptar su mal cálculo, culparon del cómputo inicial al exceso de voto rural, retrasaron la comparecencia de Errejón... pero al final tuvieron que admitir que aquí el único "sorpasso" que se ha producido ha sido el de Rajoy a sí mismo. Toda la estrategia de Iglesias se ha derrumbado como un castillo de naipes, casi al mismo tiempo que la credibilidad de una demoscopia tramposa que -incluso después de que la gente hubiera votado- seguía manteniendo en sus sondeos a pie de urna la ficción de que todo iba a cambiar, de que un proceso como de cuento estaba en marcha.

Pero con las certezas de Podemos se han caído también las ilusiones de millones de votantes que se creyeron el embuste de que en España la izquierda puede gobernar acudiendo fraccionada y enfrentada a las urnas. Eso no es posible. Ni lo es ahora ni lo será en el futuro. Si Podemos ha venido para quedarse, también ha venido para ser la enésima demostración de que la izquierda no gobierna en democracia si acude dividida a las elecciones.