Todo el mundo nos habla de que el objetivo es evitar una nueva convocatoria de elecciones. El primero que se llena la boca con eso, responsabilizando a los demás de que tal cosa no ocurra, es Mariano Rajoy, que es -probablemente- el único beneficiario de que esa tercera vuelta se convocara. La gente está harta de esta melé, esta juerga de declaraciones, vetos, líneas rojas, intereses contrapuestos. Se echa en falta un poco de patriotismo, colocar los intereses de la nación por encima de los intereses de los partidos y de los políticos que los dirigen. Pero hay quien cree que esa idea, la de que el interés nacional está por encima de la ideología partidaria (si la hubiere) o el discurso político, es una falacia. Porque es la política la que define la nación en la que se cree. Personalmente, estoy hasta el moño de fórmulas de Fierabrás. Ya tengo años para saber que la nación es la suma de gentes que piensan como yo y de gentes que piensan justo lo contrario, y que tanto derecho tienen ellas a pensar que su modelo para resolver los problemas es el correcto, como yo a pensar que el correcto es el mío. Creer en la democracia es creer que la posición de tu contrario es tan legítima como la tuya. Por eso, llegados al punto en el que estamos, sin un mandato de mayorías específico, creo que cualquier opción es respetable. Y que lo razonable es empezar a vertebrar esa opción en torno a quien más votos tiene: del PP y de Mariano Rajoy es ahora la responsabilidad de alcanzar un acuerdo que evite la nueva repetición de elecciones, y volver a estar donde estamos otros seis meses después. A mi juicio sólo hay dos opciones para ese acuerdo.

Una es un Gobierno del PP -con Rajoy o sin él- que cuente con más respaldo que oposición. Eso se logra sumando al bando del PP al resto de fuerzas centristas y conservadoras, incluyendo Ciudadanos, el PNV y Coalición Canaria. Para que eso sume, se precisa al menos una abstención. Si la denominada "vía canaria a la investidura" (la abstención de Pedro Quevedo) es realmente tan inviable como hoy nos dicen desde Nueva Canarias, la abstención de todos o una parte de los diputados de Convergencia sería determinante e imprescindible.

La otra opción es un Gobierno en minoría, integrado por el PP quizá con el refuerzo de otras fuerzas constitucionalistas -Ciudadanos, Coalición...- y la abstención en bloque del PSOE, a cambio de un programa de mínimos en el que se incluyeran compromisos como la derogación de la reforma laboral, la flexibilización de la austeridad y el inicio de la reforma constitucional, para resolver asuntos pendientes, entre ellos los problemas de encaje territorial. Esa es, en esencia, la propuesta de Felipe González.

Y no hay más salidas contando con los partidos. O una de esas dos, o nuevas elecciones y más de lo mismo. Lo demás son plazos. Lo razonable sería que los partidos manifestaran su posición ideológica en la primera votación de investidura, y resolvieran la situación en la segunda. Pero si ambas opciones fracasan, si no sale un Gobierno de mayoría, ni uno de minoría con la abstención socialista, habría que reconocer que la política partidaria es incapaz de resolver el trabajo que se le ha encargado. Entonces, y antes de convocar nuevas elecciones, quizá convenga que el rey plantee un gobierno independiente que pueda sumar suficientes apoyos parlamentarios. Es la tercera posibilidad, de la que los políticos no hablan, porque es ajena a la agenda partidaria. Antes de plantearla hay que intentarlo todo: evitar que se deslegitime más aún a la política y los políticos. Pero conviene recordarles que esa tercera posibilidad también existe.