Para un periodista de provincias, escribir sobre lo que deben hacer los grandes y menos grandes partidos es una forma de entrenarse en la prédica en el desierto: porque lo que quieren los partidos -instalados todos ellos en un tacticismo descorazonador- es solo culpar al otro de lo que pueda ocurrir, es escurrir el bulto sin arriesgarse a perder un voto. Han llenado la política española de vetos y líneas rojas, han hecho creer a sus votantes que hacer política es decir por dónde no se va a transigir, y al final no saben cómo desatascar este absurdo y monumental bloqueo. Sin embargo, para la mayoría de los ciudadanos lo importante son otras cosas. Lo importante es alcanzar ya un acuerdo que desatasque el gobierno del país, y que impida tener que acudir a las elecciones de nuevo.

Lo importante es devolverle al trabajo la dignidad perdida por una reforma laboral salvaje que acabó de un plumazo con derechos consolidados, algunos desde el franquismo. Una reforma que sirvió para despedir a un millón de personas pagándoles una miseria y que ahora está sirviendo para volver a contratarlas con salarios que -en muchas ocasiones- no permiten a las familias hacer frente a sus necesidades mínimas y no garantiza la cobertura futura de las pensiones. Lo importante es acabar con los excesos de una política de austeridad que ha ampliado la brecha entre ricos y pobres en este país donde cada vez hay más gente que no tiene nada y al mismo tiempo más multimillonarios, mientras se rebajan los impuestos directos (los que afectan más a los que más tienen) y se suben los indirectos, iguales para ricos y pobres.

Lo importante es la regeneración democrática, acabar con la corrupción, con el despilfarro y con la incompetencia instalada en los aparatos de poder, hacer más eficaz y más rápida la justicia, devolverle la dignidad a la política y evitar que sean tratados como corruptos y delincuentes los cargos públicos que se equivocan, pero no meten la mano en la lata del gofio. Porque cuando un médico, un juez, un carpintero o un camarero se equivocan, no son sacrificados por sus compañeros.

Lo importante es hacer frente a los errores de la política europea, resolver el problema de los refugiados, dotar a Europa de una política común de seguridad y de defensa, afrontar el desastre suicida del "brexit", acabar con la burocracia gigantesca de Bruselas y democratizar las instituciones continentales.

Lo importante para este país es afrontar de una vez los problemas territoriales que amenazan con dividirlo. Dejar de mirar para otro lado y frenar el aventurerismo maximalista de la política catalana, evitando el castigo a Cataluña, resolviendo en la medida de lo posible un conflicto de encaje que -con distintas intensidades y virulencias- condiciona las relaciones entre Cataluña y el resto del país desde el Decreto de Nueva Planta de 1716. Y hacerlo en el contexto de una reforma de la Constitución que permita resolver ese problema, pero también otros: la sucesión en la corona, la utilidad de la segunda cámara, el sistema electoral, la aprobación (o no) por parte de la ciudadanía del apresurado apaño con nocturnidad y alevosía que convirtió la Constitución, con el apoyo de los dos grandes partidos, en una texto más preocupado por los mercados que por los ciudadanos.

Eso es lo importante. Lo que los ciudadanos de este país esperan que su gobierno, la oposición, los partidos y las instituciones sean capaces de resolver.