Gobernar en democracia supone básicamente tres cosas: la más importante es crear condiciones para que los ciudadanos puedan mejorar sus vidas, la segunda, hacer que una parte importante de la gente entienda y comparta la dirección de las políticas y el uso de los recursos, y la tercera es gestionar ese gigantesco aparato que es la administración pública, procurando que el dinero que se gasta resulte rentable para la ciudadanía, más allá de sostener el entramado administrativo y evitar la acumulación de deudas y despilfarros.

Cumple un año de gestión este Gobierno de Canarias y Clavijo se ha prodigado en declaraciones y entrevistas. Hacía mucho que no se le escuchaba hablar de todo, al margen de exégetas y críticos de oficio, hasta el punto de que algunas de sus declaraciones han producido sorpresa. Resumiendo mucho, podría decirse que el balance que hace de este tiempo transcurrido es moderado, nada triunfalista. Para empezar por lo más urgente -el desempleo- Clavijo ha reconocido que pasarán diez años antes de volver a los niveles de empleo previos a la crisis. No puede hablarse de un balance positivo cuando se empieza reconociendo que lo más importante -resolver el desempleo y acabar con la pobreza, crear condiciones para que la gente viva mejor- no está en manos de su Gobierno. Aunque es mejor -un pobre consuelo- escuchar a alguien decir la verdad que prometer cada año cifras de empleo que nunca van a cumplirse.

Clavijo ha intentado explicar también lo que quiere hacer: quiere una región de islas, quiere más inversión, y políticas con menos control público, más próximas a lo local, menos pendientes del aplauso que de los resultados, y quiere que el Estado y Europa se comprometan con el futuro de las Islas y compensen el esfuerzo de contención del déficit realizado por las instituciones del Archipiélago. Y luego pretende Clavijo un Gobierno más ejecutivo y austero, una administración más ágil y eficaz. Quiere centrar los servicios en las necesidades inapelables, gastar más en políticas sociales y en empleo, ajustar la administración, reducir el gasto innecesario, hacer que la televisión sea útil, y cambiar las partes del Gobierno que peor funcionan.

Clavijo parece saber lo que quiere, habla con desparpajo, como si se desentendiera de su propia imagen, su posible continuidad en la Presidencia o el rechazo de otros líderes a sus políticas. Pero el talón de Aquiles de sus políticas siguen siendo la pobreza, la desigualdad y el paro. Podría ser un mentiroso o un currante, un buen o un mal gestor, un tramposo o un santo, pero al final su Presidencia será valorada fundamentalmente por lo que ocurra en relación con el empleo y la pobreza, asuntos cuya solución no depende de él. Y ya ha pasado un año. Antes de que nos demos cuenta, habrán pasado también los otros tres. Y no se habrá acabado con la exclusión social en las Islas, que alcanza a una de cada tres familias. Ni con la desesperación de esos hombres y mujeres de cincuenta cumplidos que jamás volverán a trabajar. Ni con el desánimo de miles de cabezas de familia jóvenes viviendo de la sopa boba de la beneficencia pública, anclados en la pobreza, instalados en la rabia y el adocenamiento.

Lo tiene difícil, pues, Clavijo, para escapar vivo de esta.