Contando con una mayoría más que suficiente de las acciones y con el apoyo de los empresarios que deciden, quien había de ser reelegido presidente del Tenerife, Miguel Concepción, ha ofrecido innecesariamente un tristísimo espectáculo de su sentido de la democracia. Una decisión atrabiliaria y probablemente injusta, ha dejado fuera de la votación a un millar y medio de accionistas, pequeños propietarios de 4.500 acciones, a los que no se permitió votar a favor de la plancha del exfutbolista Pier Cherubino, sin que la suspensión de la Junta General celebrada el jueves, en la que Concepción no dejó ni hablar a su candidato rival, resolviera el asunto, ni tampoco se hayan dado explicaciones de ningún tipo ni a los accionistas a los que se ha impedido ejercer el derecho de delegación, ni a los seguidores del Club. Las cosas se pusieron aún más feas al día siguiente, cuando -a pesar de la inhabilitación de las delegaciones-, Pier logró el apoyo de más del doble de los accionistas individuales conseguidos por Concepción. Aún así, la única explicación de la directiva, tras negarse a informar públicamente de las delegaciones retiradas también a Concepción por entender el abogado del Club que no procedía responder a esa pregunta, fueron las amenazas del gerente del Tenerife al empresario y periodista Fer Palarea, al que -según la denuncia presentada por Palarea en la Policía Nacional- insultó dentro y fuera del recinto de la fundación CajaCanarias, en el que se celebraba la Junta, e intentó incluso zarandear y agredir al periodista, al que acusó de haber facilitado a Pier las acciones en litigio.

Se trata de una historia bastante chusca: ya sabemos que los clubes de fútbol, a pesar de su retórica social y política y de las enormes ayudas que reciben de entidades públicas, gobiernos y corporaciones locales, son meras sociedades, en las que quien controla es el capital, que toma las decisiones que considera oportunas. Concepción controla el capital, gracias a una alianza de largo recorrido con el grupo de propietarios mayoritarios que logró fraguar quien fuera presidente del Gobierno de Canarias, Paulino Rivero, hace ya algunos años, uniendo en torno a Concepción a los grandes accionistas, siendo el mayor de ellos -el de referencia- el empresario de origen sirio Amid Achí, amigo personal de Rivero.

El motivo de la espectacular oposición al voto de esos mil quinientos accionistas era -lisa y llanamente- evitar que quedara aún más patente el hecho de que la candidatura de Pier Cherubino, a pesar de no contar ni de lejos con la mayoría del capital, sí era avalada por una gran mayoría de los socios. Desde que los clubes se rigen por el mismo formato que las sociedades anónimas (de hecho eso es lo que son, Sociedades Anónimas Deportivas), el socio que no tiene capital para meter un par de millones en acciones no es más que un tipo al que se recurre para que compre abonos, apoye al club en los partidos decisivos y mueva su patriotismo defendiendo los colores del equipo.

Nadie dice que eso sea irregular. Es lo que hay. Los clubes de fútbol no son asociaciones caritativas o filantrópicas, ni ONG, ni fundaciones ajenas al lucro. Son sociedades que se rigen por la búsqueda de negocio y beneficios. Aunque desde luego, al gerente del club y a la directiva no parece que les haya hecho ninguna gracia que quede patente que Cherubino tiene el respaldo de muchísimos más aficionados que aquellos con los que cuenta Concepción, después de tantos años gestionando el club.