El PSOE ha pedido por lo bajo a los nacionalistas vascos que apoyen la investidura de Rajoy. Que voten a favor y permitan lo que ellos -los socialistas- no quieren hacer, que es favorecer la creación del Gobierno. Al PSOE ni así le salen las cuentas, porque con un hipotético voto favorable de los vascos, lo que se produce es un empate técnico a 175 diputados, que haría fracasar la investidura. Como única alternativa, no reconocida oficialmente, los socialistas se plantean dejar pasar las elecciones vascas y gallegas del 25 de septiembre y abstenerse después, desatascando la situación.

Es verdad que el PSOE está en un dilema complejo. Al final, la llave del Gobierno la tienen los socialistas, con su abstención. Pero la maquinaria propagandística y mediática del PP ha logrado presentar al PSOE como único responsable de un monumental atasco político que no se produce porque el PSOE lo haya buscado, sino porque cuatro años de Gobierno rodillo del PP han convertido el Parlamento en una cámara instalada en la incapacidad para ponerse de acuerdo. Durante la última campaña electoral, el PSOE intentó centrar el problema del bloqueo en la figura de Rajoy, con el que no podía haber ningún acuerdo. El problema del bloqueo político podría haber quedado resuelto con la retirada de Rajoy y su sustitución por un candidato menos quemado, menos tocado por los escándalos de corrupción y los mensajes de móvil. Eso habría permitido un Gobierno respaldado por todas las fuerzas constitucionales. Un Gobierno útil, capaz de emprender la regeneración de la vida política e iniciar una etapa de nuevos consensos. Porque el Gobierno de prestado que surja de una abstención obligada del PSOE tras las elecciones vascas y gallegas (si se impone algo de cordura y no nos llevan a unas terceras elecciones) no va a poder hacer grandes cosas, y quizá dure apenas un par de años. La retirada de Rajoy y su sustitución por otro candidato del PP habría sido la mejor opción, pero el gallego actúa como un jugador de cartas que -aunque intuye que no puede ganar la partida- quiere seguir en el juego por si le llegan manos mejores.

En el PSOE, con Pedro Sánchez y sus paniaguados de la dirección federal preocupados casi exclusivamente de su propia supervivencia, han mordido el anzuelo y asumido ser los responsables del atasco. Acabarán por abstenerse en septiembre, y se abrirá un tiempo de disparate, con un Gobierno minoritario incapaz de reactivar la economía, hacer frente a los compromisos contraídos con Europa y afrontar ninguna de las reformas de fondo que la democracia necesita.

El descaro de nuestros políticos tiende al delirio: nadie parece pensar en lo que le conviene al país, lo que se ensaya y plantea son fórmulas para escapar lo mejor posible al veredicto de una ciudadanía también dividida: fraccionada entre quienes esperan y desean un acuerdo y quienes siguen creyendo que cualquier cesión al adversario político es un crimen de lesa patria. España se ha instalado en un disparadero, en una forma de concebir la democracia en la que partidos y ciudadanos consideran a los otros partidos (a los que votan el resto de los españoles) como ajenos a la democracia.