Una noticia reciente asegura que sólo el ocho por ciento del consumo eléctrico de las islas procede de energías renovables. A pesar de las condiciones climáticas extraordinariamente favorables a la generación de energías limpias, y al entusiasmo con el que los políticos se llenan la boca oponiéndose a esas otras fuentes de generación de energía que suponen hoy nueve de cada diez vatios usados, Canarias no se acerca ni de lejos a la media española de generación eléctrica por renovables. Sin contar la energía hidroeléctrica producida por saltos de agua, esa media se sitúa en torno a la cuarta parte de la energía que se consume en el país, y se llega a más de la tercera parte si contamos la energía de origen hidroeléctrico.

Es evidente que Canarias ha perdido un tren que -sin embargo- fue de las primeras regiones en intentar poner en marcha: hace ahora casi treinta años, Tenerife fue uno de los territorios pioneros en la instalación de aerogeneradores. El Cabildo, que fue quien patrocinó con carácter experimental la iniciativa eólica, recibió visitas de comisiones de otras regiones, interesadas en la exportación del modelo que se había inaugurado en la isla y que -de acuerdo con las primeras previsiones- habría de suponer en diez años una cobertura del 25 por ciento de la energía consumida. Casi treinta años después, ni de lejos se acerca Tenerife a la producción prevista, pero Castilla y León, que empezó mucho más tarde, produce 12.600 gigavatios hora de los 13.500 que necesita, sólo con aerogeneradores. Y no es la única: siete de las diecisiete regiones españolas han logrado que las renovables supongan más de un ochenta por ciento de la energía que consumen.

Por supuesto que el caso canario, como en tantas otras cosas, es especial: la emergía no puede almacenarse, debe consumirse toda la que se genera. Y mientras Canarias cuenta con seis sistemas eléctricos -las conexiones previstas de La Gomera a Tenerife y de Gran Canaria al sistema de Lanzarote/Fuerteventura aún no son operativas-, cualquier otra región española está conectada a un único sistema nacional, que puede -además- comprar y vender electricidad fuera. Por ejemplo, España -en moratoria nuclear- compra regularmente electricidad al sistema francés, nutrido por energía producida por centrales atómicas. Es cierto que en Canarias, la energía será siempre más cara y más difícil de producir. Pero sólo producimos tres gigavatios hora de energía hidráulica, en régimen especial, ocho en térmica renovable, y otros seiscientos entre fotovoltaica y eólica. Muy por debajo de las expectativas iniciales y de los compromisos del Plan energético. Y la principal responsabilidad de este monumental retraso es de la política: desidia generalizada, debates casi siempre estériles sobre lo que es posible y lo que resultaría óptimo, y -omnipresente- nuestra corrupción de andar por casa, que bloqueó las concesiones de parques eólicos en tiempos de Luis Soria. Se desatascaron por fin en la pasada legislatura, pero aún no funcionan. La única acción importante ha sido la puesta en marcha de Gorona del Viento, en El Hierro, una central hidroeléctrica con subida de agua por aerogeneradores y vocación de parque tecnológico.

Aparte de ese esfuerzo, más importante desde el punto de vista de la investigación y la experimentación que de la producción, en Canarias no se ha hecho prácticamente nada en los últimos 25 años. Excepto montar fotovoltaicas subvencionadas e insostenibles y pelearnos por el gas, el petróleo o lo que toque. Así, seguimos en la cola.