No voy a discutirle a Pedro Sánchez el derecho a plantear cualquier fórmula de gobierno, y a intentar buscar una mayoría parlamentaria que la suscriba. No es la primera vez en Europa que -ante el rechazo del resto de las fuerzas políticas al partido más votado- se articulan pactos alambicados y extraños que permiten gobernar en solitario, con apoyos parlamentarios, a un partido minoritario. Sánchez tiene, a mi juicio, la legitimidad de intentarlo, si quiere. Lo que no creo es en la nobleza de sus intenciones. Y me parece insensato para el futuro del PSOE que se embarque en esa fórmula.

No solo porque desde un principio parece condenada a un nuevo y ridículo fracaso. También porque incluso en caso de fraguar esa inestable mayoría parlamentaria, los socialistas se encontrarían con el apoyo seguro de sólo 85 diputados para hacer frente a algunos de los problemas más graves a los que ha tenido que enfrentarse el país en los últimos años. Problemas que incluyen la necesidad de contener el déficit, profundizando en la línea de ajustes exigida por nuestros prestamistas de la UE, con recortes de 20.000 millones de euros que van a afectar a la Sanidad, la Educación, los Servicios Sociales y -con toda probabilidad- también a las pensiones. ¿Puede un partido de inspiración socialdemócrata hacer frente a esos ajustes respaldado por dos fuerzas políticas con programas y discursos irreconciliables, y con dos modelos diferentes de Estado y de sociedad? Personalmente, me parece una tarea inviable. Un Gobierno socialista en solitario, en esas condiciones, se enfrentaría a la absoluta inanidad. No estaría en condiciones de realizar el ajuste fiscal, ni de reactivar la economía, ni de resolver el encaje territorial de Cataluña, ni de reformar un texto constitucional con el que una parte importante de los españoles -los que no vivieron los esfuerzos y compromisos de la Transición- no se sienten identificados.

Un Gobierno como el que propone Pedro Sánchez supondría probablemente una legislatura fracasada en un año o año y medio, y traería la radicalización de la derecha sociológica, frustrada por el robo del "derecho" a estar en el Gobierno, y un estrepitoso fracaso del PSOE en las siguientes elecciones. Un Gobierno como el que quiere Sánchez sería prisionero de las contradicciones de sus aliados, y radicalizaría a la sociedad española, provocando una concentración del voto en el PP y en Podemos y sus mareas. El PSOE correría la misma suerte que el Pasok griego, y España podría verse en una situación similar a la de Grecia. Y todo para salvarle el culo a Pedro Sánchez. Que de eso se trata.

Si quieren que les diga la verdad, estoy harto del egoísmo y la ausencia de cerebro de este oportunista al que unas primarias en tiempo de desahucio le dieron el control del segundo partido del país. Tanto como lo estoy de ese personaje patético, alejado de la realidad, carente de toda grandeza, en que se ha convertido Rajoy, empeñado en mantenerse a toda costa como único candidato posible de su partido, en vez de ceder el paso a otra persona del PP que pueda romper este absurdo bloqueo político que ha llevado al país a la parálisis.

Que inventen las fórmulas que quieran, que nos entretengan con sus liturgias y miserias. Acabarán por convocarnos unas terceras elecciones, que tampoco resolverán este bloqueo. Porque de aquí sólo salimos en la dirección correcta con un gran acuerdo de fuerzas constitucionalistas en torno a un candidato distinto a la de Rajoy o Sánchez. Es ridículo pensar en esta nación -exhausta, desesperada, harta- porque quienes representan hoy a los dos partidos centrales del sistema no son capaces de entender que el servicio más útil que pueden prestar es irse de una vez a su casa. Y tampoco entiendo como en el PP y en el PSOE no se han dado aún cuenta.