La publicación parcial de nuevos extractos de la asombrosa conversación entre el juez Alba y Miguel Ángel Ramírez, grababa por el empresario sin conocimiento del juez, pone los pelos de punta. No porque en lo que hasta ahora se ha sabido haya muchas sorpresas, no. Todo sigue avanzando en la dirección conocida, que ''grosso modo'' podría resumirse en que Ramírez se reunió con Alba para negociar un mejor trato en su procesamiento, lo que ya en sí constituye una práctica si no delictiva al menos absolutamente irregular, y en esa conversación el juez le explicó que su objetivo no era empurarle a él, sino destruir social y profesionalmente a su colega la jueza Victoria Rosell, en aquellos tiempos diputada podemita enfrentada al ministro Soria - del que el juez y el empresario se declararon al alimón grandes admiradores- y a la sazón bajo todos los focos mediáticos, algo que desde que renunció a ser candidata ha dejado misteriosamente de ocurrir. En la conversación -una impropia colectánea de babosidades y cortesía mutua de juez e imputado- salieron los nombres de otros magistrados grancanarios -intervino en la conversación Emilio Moya-, de políticos y es probable que de algún periodista.

Es verdad que cuando hablamos nos expresamos con mucha menos cautela que cuando escribimos, y que las conversaciones privadas, pasadas al dominio público fuera de contexto, pueden resultar muy embarazosas sin necesidad de que en ella se planteen asuntos delictivos. La hipocresía social y la presión de lo políticamente correcto han convertido nuestros escritos y declaraciones públicas en algo completamente alejado del lenguaje ordinario. Pero no se trata de eso, se trata de que uno piensa que durante años de ser el hombre al que todos acudían, Ramírez puede haber coleccionado un verdadero catálogo de la infamia y la golfería.

Casi todo lo que se ha filtrado hasta ahora -unos cuantos minutos de un total de 45''11- no aporta grandes y novedosas revelaciones. Por eso, a la espera de algún disparo certero contra alguien, lo que provoca cierto pavor es pensar qué ocurriría si Ramírez, pendiente aún de que se resuelva el enrevesado lío de su indulto- tuviera la ocurrencia de ponerse a entregar a los medios grabaciones escogidas de sus conversaciones con gente importante a lo largo de los últimos veinte años. Ese largo período de tiempo durante el que Ramírez pasó de ser el diligente y prometedor guardacoches del aparcamiento del pabellón de Tamaraceite, a convertirse en uno de los mayores y más influyentes empresarios de las islas. Y es que tiene uno la certeza de que Ramírez debe conservar en los archivos hiperprotegidos de su empresa de seguridad, suficiente material para llenar de mierda a todo Dios. La obsesión de Ramírez por la información es conocida: podría decirse que nunca ha dejado de ampliar el catálogo de sus fuentes. Y en últimos meses debe haberlo mejorado bastante, gracias a su recién adquirida amistad con el ''pequeño Nicolás'', hincha reciente de la Unión Deportiva y empadronado hace pocos meses en un lujoso apartamento el edificio Woermann de Las Palmas, por el que el joven paga 2800 euros mensuales de alquiler.

En fin, es lo que le digo a mis hijos. Hay que estudiar: ampliar conocimientos puede salir muy caro. Pero disponer de ellos resulta muy conveniente para triunfar en la vida.